1.1.10

FUERON ÁNGELES




LOS DEMONIOS FUERON ÁNGELES

Mi nombre no importa, solo te diré que me conocen como el TECUAN y con eso basta, lo verdaderamente importante es lo que te voy a contar…

Antes, eran ángeles...

Así es, los demonios; alguna vez fueron ángeles, hasta que un día, simplemente se cansaron de las alas blancas y de la credulidad incondicional, se cansaron también de la obediencia absoluta sin el privilegio de dudar o el libre albedrio.

A la obediencia incondicional le pusieron espinas, para que aquel que se atreviera a aferrarse a ella, en el pinchazo abriese los ojos y se diera cuenta de que la verdad se acompaña de la duda antes de salir y el camino iluminar.

Los ángeles débiles y con miedos les llamaron demonios y los vituperaron. No sonreían siempre, ni se desvivían por ser cautivadores. Les llamaban arrogantes y los miraban de soslayo.

Ellos que fueron expulsados del paraíso, jamás extrañaron las flores de ese cielo rutinario y crepuscular. Querían conocer además de la luz; la oscuridad. Los demonios decidieron quedar libres dentro de la gran jaula llamada planeta tierra. No conspiraban, ni siquiera odiaban como crápulas, tampoco se lamentaban como víctimas. Al contrario, se regocijaron y celebraron que su lider, el primero, al encontrar la verdad, sin dudarlo; se lanzara al vacio.

Hasta que un día conocieron y convivieron con el hombre…

¿Qué cómo conozco a los demonios?

Eso es sencillo. Suelo hablar con ellos, embriagarme con ellos, e intercambiar historias e ideas con ellos, he llegado a amarlos y necesitarlos, incluso de tanta mimetización, en mis noches de viajes y transmutaciones me he tornado demonio y camino cada día de mi vida al margen del depredador de demonios y pervertidor de niños: EL HUMANO

Aun recuerdo mi primer encuentro con demonios; fue revelador, sin omitir el terror que en mi alma genero, no todas las noches uno corre la “suerte” de encontrarse con seres digamos; “diferentes”.

Había comenzado la noche en un bar como tantos otros; música desagradable y exageradamente ruidosa, paredes de colores brillantes y luz suficientemente escasa como para no molestar los ojos cargados de noche de los clientes.

Como siempre, comenzamos más de seis personas, tomando cerveza. Cambiamos de lugar buscando aire fresco u otro ambiente, el nuevo bar, casi como un reflejo del anterior nos mostraba un camarero aburrido conversando con algún cliente en la barra y las mesas llenas de gente y cigarro que enturbiaban el ambiente.

Busquemos un lugar más, el siguiente bar, más pequeño que el anterior estaba poblado de música rock y de espesas nubes de humo de cigarro. Poco a poco se habían ido marchando los cómplices de esa noche carente de un fin esclarecedor, quizá por el exceso de decidía o de alcohol en nuestras conciencias. Uno a uno se fue retirando hasta caer en la cuenta, me había quedado solo… a cargo de Pedro, que solo seguía mis pasos sin saber que destino nos deparaba, embrutecido a causa del alcohol, en mi condición de vagante diurno, habría preferido tirarlo en un taxi y que la providencia decidiera su destino…

Pero esa noche no podía pensar solo por mí, vivimos en tierra de hombres y no hay cosa peor que eso…

En aquel entonces vivía solo y detestaba llegar temprano a casa, o al menos llegar sobrio, así que convencido y con el bulto-humano que llevaba a cuestas decidí seguir cambiando de lugar hasta que mi cuerpo se compadeciera y dejara que el alcohol por un momento me liberara. Caminamos gran parte de la noche de bar en bar, cada uno era más pequeño y más ruidoso que el anterior. Finalmente, Pedro vencido por el alcohol terminó por vomitar en una acera, casi arrastrándolo entramos a un nuevo lugar; desconocido, lo recliné sobre la barra y pedí al camarero un nuevo vaso de cerveza.

Pedro dormía en la barra con la pesadez que concede el alcohol. La barra era de vidrio con vistosas fotografías que desde abajo de la pulida superficie nos miraban. En la mayoría de las fotos se podía observar al camarero, imagino, en su última vacación, se le distinguía en bermudas al lado de una piscina con las pantorrillas blanquecinas, abrazado cariñosamente de una mujer en traje de baño, gordísima por cierto y jugando a un costado; un niño con un pato de goma. Estas escenas de aire libre y de inocencia discordaban totalmente del ambiente oscuro de aquel modesto bar.

Entré al baño, un pequeño apartado que olía a mil demonios (que irónico) y que a juzgar por la apariencia, no había sido limpiado desde que lo construyeron. En un espejo sucio y roto me vi el rostro un poco desencajado y brillante o quizá rojo por la influencia del alcohol, pensé; con unos tres o cuatro vasos más y estaré listo para derrumbarme en cualquier taxi que me deje en la puerta de mi casa. La simple idea de confiar mi alcoholizada vida a un extraño me devolvió la sobriedad perdida… Enjuague fuertemente mi rostro, con agua estancada y pestilente, volví a la barra y acomodándome de espaldas comencé a observar a la concurrencia.
- La sorpresa genero un gran sobresalto!!!!.

Noté algo muy extraño en lo que no había reparado, el fondo de mi vaso se hallaba intentando encontrar una explicación a lo que mi persona y miedos creían ver y al no escuchar nada nuevo, vacié de golpe su contenido y pedí una bebida más…

Todas las mesas se encontraban ocupadas por ruidosos clientes que fumaban y creaban una espesa masa de humo que le daba al lugar una apariencia irreal.

¡¡Eran demonios!!

No en el sentido figurado de la expresión. Verdaderos demonios que tomaban cerveza y fumaban profusamente, reían con gigantescas bocas y pedían nuevos tragos al camarero.

Enmudecido por la sorpresa, inmóvil por el miedo, presa de las circunstancias, no pude hacer más que observar, pude notar diferentes clases de demonios, algunos con patas de cabra que reían fuertemente ante chistes verdes que contaban sus compañeros.

Otros eran rojos con cuernos y ojos brillantes de fuego, en el fondo se podía notar a otros demonios apartados de los demás, enormes y muy lanudos como osos, de voces graves y profundas, ojos saltones que miraban con furia a toda la clientela, a ratos se escuchaban bramidos desde sus deformes bocas. Retadores e iracundos…

También había demonios verdes con un solo ojo que tenían concentrado en su copa, que vaciaban constantemente. Y en varias mesas, dispersos por todo el lugar, demonios más pequeños, cornudos y de colores hermosos, sentados sobre altos taburetes, se hacían bromas entre ellos, se arrojaban los restos de alguna cena y reían con risas agudas y perversas.

No sé cuánto tiempo pase observando aquella escena y aquellos seres, poco a poco fui recobrando la calma, la movilidad y la conciencia que se había ido lejos, buscando una razón para tal realidad. Cuando tuve fuerza suficiente, me di la vuelta para observar al camarero intentando pedir alguna explicación. Este me miró y se dio cuenta de mi descubrimiento y exaltada sorpresa. Esbozo una sonrisa de complicidad y a la vez amarga, después adoptó una expresión de resignación, mientras me servía un nuevo vaso de cerveza y me dijo:

- Así ocurre cada noche, al principió me escandalizaba un poco, pero como resultan ser buenos clientes, los dejo estar –
- Pero qué son – pregunté intentado aclarar mi mente que no llegaba a comprender
- Demonios, como usted debe haber imaginado-. Me dijo

En ese momento uno de los demonios enormes interrumpió nuestra charla, levantó por los cuernos a uno de los demonios rojos, mientras sus compañeros se ponían en posición de ataque.

- Discúlpeme - me dijo - tengo que evitar que me destrocen el bar.

Con una tranquilidad inmutable y asombrosa tomo al demonio más grande por el cuello y lo obligó a soltar al pequeño.

Mientras intentaba acallar a los pequeños demonios rojos, ojos de odio se posaban en él, a la vez que el camarero defendía sus posesiones con tranquilidad, casi indiferencia.

Se acercó a la barra, sirvió varios vasos de whiskey y los repartió entre los que habían estado por pelear. Esto tranquilizó un poco las cosas y pudo volver a la barra.

- Eso ocurre varias veces cada noche, al parecer no se llevan muy bien –
 
Una vez más nuestra charla se vio interrumpida al abrirse la puerta de aquel bar y entró un “hombre” petiso, regordete, con una muleta. Cojeando se acercó a la barra donde el camarero le alcanzó una botella de whiskey y un vaso.

- Parece ser uno de los jefes, llega tarde cada noche y se toma una botella de whisky él sólo- Me dijo el camarero mientras veía a este nuevo demonio cojear entre las sillas con la muleta en una mano y la botella y vaso en la otra.

Apenas se acercó a la mesa de los demonios patas de cabra, y estos lo recibieron con palmadas en el hombro, grandes muestras de bienvenida. Se sentó en su mesa después de saludar a los demonios de otras mesas y empezó a beber pausadamente.

Me di la vuelta, en ese momento ya no tenía ninguna intención de volver a mi casa o moverme de aquel lugar, me quedé con el vaso de cerveza en la mano, acomodé un poco mejor a Pedro sobre la barra y continué conversando con el camarero, me contó cómo había comenzado todo:

- Antes era un bar con muy poca clientela, sólo algunos clientes fijos, pero las noches de semana estaba totalmente vacío - había empezando a pensar en cerrar el lugar y dedicarse a otras cosa, algo que no lo obligara a estar despierto todas las noches.

- Pero un día empezaron a llegar demonios, primero era uno o dos que asustaron a los anteriores clientes humanos, parece que les gustó el local, en menos de una semana se empezó a llenar todos los días.- Una vez me contaron que su anterior bar se había cerrado y necesitaban un lugar nuevo. Cada noche cuando el sol empieza a salir pagan “religiosamente” sus cuentas, no tengo ni siquiera que controlarles cuanto consumen.

Continuamos conversando, si se le puede llamar de un modo, ya que yo, estupefacto, solo podía escuchar atento lo que aquel camarero me contaba, y es que, qué otra cosa podía yo contar, si jamás había visto algo parecido.

Alternadamente echaba una ojeada a la clientela, salvo sus extrañas figuras, no tenían más que la apariencia de borrachos de bar, de esos que empiezan a tomar pasadas las doce y vuelven a su casa con el sol.

El camarero mantenía un rostro tranquilo y relajado, además de aquella sonrisa amarga que le aparecía en el rostro de rato en rato, realmente disfrutaba su trabajo.

A cierta hora de la madrugada y sin recordar lo que estábamos conversando, entró un nuevo personaje. Este tenía una apariencia aun más extraña. Su figura era sumamente normal, lo que en ese lugar se podía considerar realmente extraño.

Se sentó en la barra, a mi lado, saludó amablemente al camarero que sacó una botella de líquido cristalino, lo puso en un vaso alcanzándoselo. El nuevo visitante tomó un vaso y se quedó viendo el fondo con gran parsimonia.

Toda la ropa de este nuevo personaje era de un tono gris indeterminado, pantalón y camisa bien limpios. Sobre estas ropas con anchas hombreras tenía una gabardina negra que colgaba hasta el suelo cubriendo el taburete donde se había sentado. Rostro claro y un mechón de cabello oscuro y rizado le salía debajo de un sombrero ajado e igualmente gris.

Al principio no pude ver sus ojos aunque noté que eran negros, los más negros que había visto nunca y con una luz extraña que al principio me atemorizó imaginándolo un nuevo y poderoso demonio.

A un comienzo, el extraño se mantuvo en silencio, yo seguí el ejemplo, el camarero sacó un libro desgastado y se puso a leerlo, mientras que la música y la bulla se mantenían como un murmullo de fondo. A medida que los minutos pasaban, me empecé a intranquilizar con el silencio rotundo de mi vecino. En un lugar donde todo era bulla y risas, nosotros cuatro, Pedro (que seguía durmiendo), el camarero, el extraño y yo, conformábamos un extraño y silencioso grupo.

- ¿Qué bebe? - pregunté para romper el silencio.
- Agua - me respondió tajantemente y quedó, si a caso se puede, más callado que antes
- ¿Agua? - repetí estúpidamente la palabra en forma de diplomática retórica.

La botella que tan celosamente había sacado el camarero resultaba ser agua. Insólito en un bar donde todos consumen bebidas alcohólicas, a esta altura de la noche, incluso era más insólito que la presencia de los demonios que estaban a nuestras espaldas.

- Es que estoy en servicio - respondió.

El interrogante en mi rostro sirvió mejor que cualquier pregunta. Inclinó el rostro señalando con los ojos el borde de la silla. Me incliné un poco hacia atrás y noté el borde de unas alas de un blanco resplandeciente saliendo debajo de su gabardina negra.

Ya sin capacidad de sorpresa pregunté casi cómplice y en voz baja;

- ¿Un ángel? -
- ARCÁNGEL!!!! - me respondió casi ofendido
- Miguel para servirte - me dijo extendiéndome una mano.
- Y qué hace... – pregunte intrigado, a la vez, el interrumpió mi pregunta dirigiéndose al camarero;
- ¿el reservado de atrás está ocupado? -
- No señor – respondió el camarero, obedientemente
- Dame un vaso más de esto y otro de lo que él bebe, cualquier cosa me llamas. – Concluyo, haciéndome una señal para seguirlo, en silencio recorrimos el bar y entramos por una angosta puerta que daba a un reservado que olía a moho y humedad. Nos sentamos con nuestras copas a la mesa y esperé pacientemente a que Miguel retomase la conversación.

- Te ofrezco disculpas por lo anterior, es un poco peligroso hablar de estas cosas en público -
- No te preocupes, entiendo – sínicamente dije como si de verdad, entendiera…
- ¿Cuál era tu pregunta? - continuó amablemente.

A esas alturas de la noche ya no me sorprendía nada de demonios, ángeles o si la mismísima Muerte entrara por la puerta del bar. Seguramente a esa hora mi indiferencia era ayudada por los casi veinte vasos de cerveza, o más, que tenía en el cuerpo (ya había dejado de contar hacia un buen rato).

- ¿Qué haces aquí? - atiné a retomar la pregunta.
- Estoy de guardia, vigilo que los amigos de aquí no se exalten por causa del alcohol y hagan alguna barbaridad -.
- ¿De guardia? - Pregunté.

Para responderme abrió un poco su gabardina dejando ver una espada flameante que colgaba de un cinto dorado. Miguel tenía una apariencia casi altanera, se le notaba confiado y seguro, contento con su trabajo y más sabiendo que hacía algo bueno.

- ¿Y qué hacen aquí todos esos demonios? – Era momento de resolver todas mis dudas
- Lo que ves, tomándose unas copas, aprovechando la oscuridad.
- Pero digo, qué hacen aquí en la tierra, no tendrían que estar... allá abajo - dije las últimas palabras en voz baja y señalando un punto en el suelo (como si eso diera por entendido lo que realmente quería decir).
- A claro, todo el día están allá abajo, pero cada noche salen a la superficie -
- Y porqué salen, no hay alguien que no se los permita, digo ¡¡Él!! – esta vez hice un ademan señalando algún punto hacia arriba (solo estaba el techo podrido, como si eso ejemplificara lo que realmente quería decir).

Le surgió del rostro una sonrisa diáfana, tranquila y cómplice, como de haber descubierto mí juego.

- Él, no les tiene prohibido salir, pero nos tienen tanto miedo (bueno, tienen miedo de Él), que durante el día no se animan a salir.-
- ¿Y durante la noche? -
- Bueno, cada noche Él muere, entonces ya nadie le tiene miedo...

En ese momento el camarero abrió la puerta del reservado;

- Miguel, perdona la interrupción… pero otra vez.

Miguel suspiró profundamente, abrió su gabardina dejando ver el mango de la espada y salió detrás del camarero. Esperé unos segundos, no pude aguantar la curiosidad y salí detrás de él.

Un gran número de demonios se asomaban a la calle por la puerta y las ventanas del lugar. Aguantando la respiración debido el exceso olor a azufre, me acerqué hasta una ventana y sobre los demonios más pequeños que se subían unos sobre otros para alcanzar el borde, logré ver lo que pasaba afuera.

Aquellos demonios lanudos (cuatro en total) de mirada violenta, aburridos salieron a la calle haciendo destrozos, por lo que Miguel salió a enfrentarlos.

Tranquilo, sin desenvainar la espada, y habiéndose quitado el sombrerero, se notaban bajo la gabardina que bailaba al viento, sus alas inmaculadas. Miguel parecía ahora mucho más alto y orgulloso, enfrentando a los demonios se movía con soltura con un juego de pies, casi como los de un boxeador. El cantinero miraba todo de lejos, con el rostro un tanto apesadumbrado. Se frotaba las manos con un trapo y pedía a toda su clientela que volviera a sentarse, no había nada que ver en la calle.

De pronto, uno de los demonios mas grandes se abalanzó furioso contra Miguel, todo el público lanzó alegóricos rugidos de aprobación, en un hábil movimiento Miguel se hizo a un lado dejándolo caer pesadamente sobre el Cemento. El público aulló en reproche. En seguida los otros dos demonios se lanzaron al Arcángel con las garras en alto, Miguel esquivo a uno y golpeó al otro con la palma de la mano. Lo tomó de un brazo y utilizó como escudo contra el cuarto demonio que se le dejaba ir encima.

Del rostro de Miguel se desprendía una sonrisa y mientras peleaban una gota de sudor empezaba a bajar por su rostro. El demonio que se encontraba en el suelo se levantó tomando a Miguel por la espalda, momento que aprovecharon para saltarle encima y golpearlo.

Gallardo, Miguel los dejó golpear un poco sin mostrar preocupación, extendiendo en seguida las alas bajo la gabardina que elevaron del suelo al demonio en su espalda dejándolo caer de golpe nuevamente.

El Arcángel, ya aburrido, mientras los tres demonios en pie lo rodeaban, desenvaino poco a poco su espada dejándola brillar a los ojos de los agotados monstruos. Antes de desenfundarla por completo, los demonios dieron la vuelta y entraron lentamente al bar. El público aullaba furioso por el fin de la pelea -No mentiré al respecto -, me sentía a gusto de ver triunfar al bien sobre el mal… aunque ahora que lo medito un poco, realmente que hay de maldad en estos monstruosos seres, que solo se embriagaban con alcohol provocando que uno que otro liberaba sus némesis influenciado por el delicioso liquido.

Regresé a la barra percatándome de aquel viejo de la muleta, se hallaba sentado, sin moverse y sin prestar atención a lo que afuera ocurría. Tomaba un vaso de whiskey detrás de otro, muy concentrado en la botella, parecía perdido en algún lugar del pasado, o del futuro. Una sonrisa amarga se le dibujaba a momentos en el rostro para perderse nuevamente en sus cavilaciones, en batallas emprendidas y batallas perdidas.

Mientras los demonios regresaban a sus tertulias el cantinero miró su reloj y sin dudarlo comenzó a cerrar cajones, limpiar la barra y bajar el sonido de la música. Miré mi reloj, eran casi las seis de la mañana. Muchos de los demonios terminaron de vaciar sus copas, se acercaron a la barra y en orden ponían su dinero sobre la barra. Incluso insistieron en pagar los vasos de whiskey que el cantinero había utilizado para tranquilizarlos, hasta ese momento no había vuelto a ver a Miguel, saqué dinero de mi bolsillo para pagar lo consumido, solo encontré un billete grande y le pedí que cobrara lo del agua también.

Tome el vaso de Miguel para comprobar lo dicho, efectivamente se trataba de cristalina, inodora, insípida pero vital agua.

Con el primer resplandor del amanecer, el cajero apagó las luces, los demonios que quedaban en el bar salieron apresurados, el bar quedó desierto. El cantinero entró a un pequeño cuarto trasero para cambiarse y yo intenté despertar a Pedro del sueño de los justos sobre la barra. Regreso Miguel, se le notaba cansado y ojeroso, intentó sacar dinero para pagar su agua, le dije que ya estaba pagado. Sin mencionar palabra se disponía a retirarse y lo detuve con una última pregunta.

- ¿Cada noche muere? -
- Por así decirlo, el necesita resucitar cada vez después de haber bajado a la tierra -
- ¿Baja a la tierra? -
- Claro, para abrir su bar –

Las palabras mencionadas, me dejaron un momento en silencio y sin aliento, sin saber qué pensar. Solo atine a preguntar;

- … pero, y las bermudas y la gorda... quiero decir, la señora; y el niño con el pato.

Miguel sonrió una vez más con una de esas sonrisas que te descubre y a la vez le ilumina el rostro.

- Hasta Él necesita vacaciones. – Dirigiéndose a la puerta del bar y antes de salir gritó.
- Hasta la noche Jesús -
- Hasta esta noche Miguel - sonó su voz desde el cuarto trasero.

En ese instante, Pedro despertó, - tengo la boca pastosa- dijo.
Lo ayudé a reincorporarse y nos dirigimos a la puerta.

- Hasta luego Don Jesús -
- Solo llámeme Jesús… a secas. - me respondió desde la puerta trasera
- Gracias Jesús -
- Hasta luego –

En el taxi de vuelta a casa, con las luces del alba entrando por las ventilas y los primeros movimientos de la ciudad, no cabía en mis pensamientos y meditaciones… Pedro, un poco más despierto, me contó que toda la noche había tenido un sueño raro, se veía bailando en medio de una fiesta de demonios o monstruos, no sabía explicarse - Estoy agotado - dijo…

¿¿Te parece un sueño loco, lo que te acabo de contar??

Déjame aclararte que estas palabras son realidad, entre micro fascismos, descubiertos de vez en cuando y a la vaguedad de las calles con smog y guerras donde hombres matan a otros hombres, y mastican chicles soñando violentamente entre siliconas y pastillas; entre sus crímenes y rutas cruzadas, donde el hedor y la hermosura se mezclan, bailo frenéticamente porque soy demonio, y celebro la existencia de las máquinas y la naturaleza, la espumosa belleza de los océanos, la risa de los chicos que se elevan por las rotondas verdes, la transfiguración de los bebés cuando se mueven como pequeños demonios, la copulación febril de los amantes y la frontera imaginaria del amor mojado.

El mundo tan absurdo y finito gira infernalmente. Los demonios no necesitan alas ni nada extraordinario que no sean las canciones que salen de las rockolas brillantes de los bares de “JESÚS”. Alguien canta como poseso y el rayo verde pasa.

Infierno que giras y giras (planeta tierra), los demonios nunca te invocan ni te cantan. Deambulan ebrios, extraviados que raspan sus cicatrices y sangran. Los demonios también sangran y mueren. Los demonios que se van después de haber volado y volado, sin alas.

Recuérdalo: alguna vez fueron ángeles. Alguna vez obedecieron como mansos sirvientes. Ahora no, son demonios y vuelan. Hasta el fin, como niños con juguetes y sabiduría. Atemporales, no son jóvenes ni viejos. Sólo son demonios…
 Siempre demonios…

TECUAN

1 comentario:

  1. Estimado Tío Drachen:

    Tu historia me gusto bastante, no hablo solo de la imaginación con la que labras la historia de manera que te atrapa hasta el final, sino también me dirijo al mensaje que expones al final.

    Es tan triste Que seamos demonios, pretendiendo ser más que ángeles en este infierno.

    Pero existe algo que hace algún tiempo llamo poderoso mi atención, considero oportuno sacarlo a tema, realmente anhelamos el cielo.

    Pienso yo, que quizá buscamos libertad, piensa que se le hizo realmente a Dios, desobedecerlo, anhelar un libre albedrio, buscar libertad, salir un poco de lo mismo, te suena un poco, a una etapa llamada adolescencia, alguien acaso le es obediente a sus padres.

    Porque si somos hijos de Dios y este es un camino que decidimos elegir, dudo mucho que por muchos males, o sufrimientos, Dios nos abandone, si el mismo nos dejo ser y nos espera inclusive.

    Tío drachen ^^ me dejas pensativo y filosofando sobre este sincretismo absurdo y cruel que nos domina.

    Aprendo mucho de ti, poco a poco lo leo todo ^^ no lo dudes.

    Vampiro Alejandro

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