23.3.12

DE UN PADRE Y UN HIJO...


Hoy me sorprendió una amiga del trabajo (y me atrevo a llamarle amiga, porque desde que llegué aquí, nadie más se ha tomado la molestia de preocuparse o intentar saber cuando algo raro pasa por mi cabeza… solo alguien que te tiene aprecio puede hacerlo, y esa persona se gana mi respeto, amistad y afecto sincero) en fin, me encaró, así sin previo aviso y me dijo “Jesús, tu tienes algo, no sé que sea pero andas raro…” la verdad es que mi sorpresa es positiva, me gustó que ella se haya dado cuenta de que algo pasa en mis entrañas que no me deja ser ese ser que “generalmente soy”, entre las muchas preocupaciones y problemas que tengo últimamente y que me reconforto platicarle, hay uno que no me deja mantenerme en paz…

Hace unos días recibí un mensaje de mi madre, era un mensaje privado, pero en palabras simples y amenas consiguió crear una vorágine de pensamientos revueltos en mi cabeza que me han obligado desde hace un par de noches venir aquí a hablarles…

Las palabras de mi madre en ese mensaje fueron las siguientes:

que tal hijo estas bien, bueno tu siempre me dices que si pero la verdad es que andas muy mal, aunque tu no lo creas me preocupas demasiado y a veces no se como ayudarte siento mucho que no tengas confianza con tu papá al fin y a cabo es tu padre además por si no te haz dado cuenta él te ama hijo tanto que hasta te pasa tus groserías, como por ejemplo cuando te pregunta algo y tu contestas muy agresivo y grosero, yo no lo soporto por eso te empiezo a decir de cosas y quisiera que en ese momento te arrepintieras le dieras un abrazo y un beso como cuando eras chiquito hacías una travesura y en seguida te arrepentías dándonos un beso y abrazo ya con eso según quedaba todo arreglado, DONDE quedo ese betito risueño , alegre tal vez con muchos miedos pero siempre preguntando todo y porque, tu sabes porque cambio tanto su carácter?? ....... te lo dejo de tarea te quiero mucho que DIOS te llene de sabiduría y este contigo siempre y en cualquier lugar donde mas lo necesites. ok. y recuerda siempre que puedes confiar en nosotros aunque te regañe y te diga tus verdades no importa porque eso significa que me importas y te quiero nada mas eso si te lo recalco RESPETA A TU PADRE Y MADRE Y TU VIDA SERA MAS ALEGRE Y DURADERA.


Sin duda esta claro el motivo de mi inquietud de estos días… me he comportado de una manera injustificada, soez y agresiva con las personas que me han dado tanto.

Hoy, quiero hablar de un padre y de un hijo, de esa tan especial relación entre dos personas que tienen su rol muy bien definido y que van creciendo a ritmos dispares: uno envejeciendo y el otro “madurando”, el uno transmitiendo experiencias e historias vividas y el otro absorbiendo ese caudal para retenerlo, adquirir conocimiento y también ponerlo en duda.
Hay varias etapas en la relación, que se profundiza con el tiempo: cada quien guarda memoria de instantes de cada una de ellas, en las que el hijo escucha, pasea con el padre, lo interroga, le discute algo, sonríen ante una buena escena de una película dominguera, se levantan del sofá por esa jugada magistral del delantero centro, leen en la mesa un periódico cada uno, hablan con el perro, y en todo caso saben que ahí están, siempre cerca y asumiendo su espacio en la relación familiar. Jamás la edad rompe el vínculo: el hijo sigue siendo hijo, por varias décadas que hayan transcurrido y por otros hijos a su vez que haya tenido.

Pero después llega la conciencia de la desaparición, la certeza de que el padre agota su última etapa y lo vamos notando en cada pequeña anécdota y en cada detalle de la persona.

Quiero hablar de aquel andar tenue y de ese destello orgulloso del que se niega todavía la razón paterna, el negarse a no transigir frente a los embates del tiempo, el apagamiento invisible pero tenaz de quien nos ha protegido y ha sido referente.

De ese abismo es del que me interesa hablar: del hijo que un día se levanta de la cama y se sabe solo. No solitario, pues le rodea gente a quien ama y que también vela por él. Solo porque, por mucha rebeldía que haya protagonizado junto a su padre (contradiciéndolo, negándole su razón, contradiciéndolo, siendo “hijo de otra época”) se encuentra de pronto sin la seguridad que en los peores momentos le puede brindar quien le ha formado y constituido. ¿A quién preguntar, a quién revelar un fracaso, o un mal momento, o una dificultad? Los demás compartirán con nosotros el mal trago, incluso nos apoyarán ciegamente. Pero la voz del padre resulta (solamente su tono, su firmeza, su aliento que nos transportaba a la infancia) un remedio infalible.

Vi a mi padre hace pocos días: mis viajes constantes obligan a postergar nuestros encuentros, cuyos primeros y últimos abrazos tienen últimamente el decorado de los aeropuertos o una estación de autobuses. Su andar tenue también es mi conciencia del presente que huye, de la necesidad de ir reteniendo todo aquello que todavía nos queda por vivir juntos, durante las semanas de rencuentro mutuo. Diez años atrás, mientras le veía alejarse desde la ventana de aquél departamento en el que vivíamos, sus zancadas eran amplias y ágiles. Ahora desaparece de mi visión con la lentitud del caminar moroso, más esforzado. Pero todo se compensa, al igual que lo descrito por Javier Marías, con su capacidad de discurrir y mantener su indignación ante lo que le indigna, su buen humor, sus ganas de incidir todavía en la vida de sus hijos y su preocupación constante por ellos (para él siempre somos futuro. "¿Qué será de ellos?", cuando ellos ya caminan hace tiempo). Eso es lo que nos separa del abismo: su determinación de seguir influyendo en las personas a quienes ama y no perder jamás su responsabilidad de padre.

Dijo Charles Wadsworth; cuando un hombre se da cuenta de que su padre tal vez tenía razón, normalmente tiene un hijo que cree que está equivocado, yo aún no tengo hijos pero he llegado a pensar que me estoy convirtiendo en todo eso que detesto y me atemoriza de mi padre. Cuando nací, mi padre era un ser que a veces aparecía para aplaudir mis últimos logros. Cuando me iba haciendo mayor, era una figura que me enseñaba la diferencia entre el mal y el bien. Durante mi adolescencia era la autoridad que me ponía límites a mis deseos. Ahora que soy “adulto”, es el mejor consejero y amigo que tengo. He vivido una vida repleta de problemas, pero no son nada comparado con los problemas que tuvo que afrontarse mi padre para lograr que mi vida empezase.

Y realmente no sé que sentido tiene este escrito, solo sé que me siento mal, mal conmigo, por idiota, orgulloso y cobarde, quiero hablar de mi padre, no quiero disculparme ni tampoco que me entiendan, solo tengo muchas ideas en mi cabeza… 


No importa quién fue mi padre. Lo importante es quién recuerdo yo que fuese conmigo…

21.3.12

EN PELIGRO DE EXTINCIÓN...

Recientes estudios del departamento de investigaciones de cosas sin importancia del TECUAN han revelado que “el buen conversador” tiene todas las trazas de constituir una especie en peligro de extinción. Tan escasamente prometedor se antoja su futuro, que los que sobrevivimos juzgamos por buena estrategia, la rápida conformación de una ONG (organización no gubernamental) que propugne la utopía de su supervivencia.

A diario observamos como un vocinglero alud de combatientes se declara en permanente rebeldía frente a las tiránicas realidades de la fealdad, la gordura o la muerte; sin embargo, rara vez somos testigos de un pugilato cuerpo a cuerpo con las no menos nocivas huestes de la mediocridad y la ignorancia.

Ya ni siquiera podemos decir que la conversación de salón es tierra yerma donde campea el eco monocorde del discurso egocéntrico. La triste verdad es que el mexicano de nuestros días apenas habla de sí mismo. Sólo utiliza su voz para presentarnos el pormenorizado relato de todo aquello que le aconteció a su pareja, suerte de alfa y omega de un mundo microscópico.

Los ceremoniosos rapsodas de épicas aventuras de antaño han sido sustituidos por infatigables y acuciosos cronistas de vidas anodinas. Basta como ejemplo:

“Al pícaro de Pepe le encanta ponerse calzones de cebra”, “Al loco de Juan le fascina andar en pelotas los sábados y los domingos” “A la amargada de Marisela le molesta que la llame mi ramerita”.

En fin, todo un temario estructurado al calor de la más ramplona intimidad; anécdotas insulsas que luego serán vertidas en los turbios sumideros de la discusión pública por voluntad expresa de una personalidad exhibicionista.

Yo me resisto a tan injusto destino. Me niego rotundamente a dialogar con mis amigas acerca de las virtudes y resabios de sus adorados novios o esposos. Tampoco me avengo a platicar con mis amigos sobre las pequeñas miserias de sus dulces tormentos. ¡Está bien, no quiero decir que me aburren, a veces hablar de cosas mundanas es bueno, pero; ¿todos los días la misma cantaleta? Tampoco pido que hablemos, de pronto, de los laureados escritores de la generación Granta ni de los versos excelsos de Ana Ajmatova ni de las posibilidades de humanización de la economía de mercado; no, eso seria demasiado presuntuoso, pero tampoco hablemos, se los suplico en verdad queridos compañeros, de las marchas y contramarchas de sujetos que invariablemente serán imprecados en encarnizados procesos de divorcio! De Peña Nieto y sus telenovelas! Renuncien al improductivo oficio de vicarios de lo ausente. Abandonen la cháchara fútil de los interiores de cebra y las pantaletas cuello de tortuga; confórmense, más bien, con saber aquello que un día escribió Enrique Vila-Matas, en su novela El viaje verticala los hombres y a las mujeres sólo los conocemos realmente cuando los tenemos en contra.

No puedo evitar relacionar la mengua que padece la conversación culta, graciosa e inteligente con el crónico declive del hábito de la lectura.

Cuesta reconocer que hoy las personas más eruditas son aquellas que observan por mayor cantidad de horas la televisión por cable. El constante avance de la cultura audiovisual por lo menos les garantiza un buen tema a desarrollar. El resto de la población se encuentra bastante satisfecha con esa modalidad de conversación que a ratos se asemeja a un chateo sin teclado ni messenger, pero, eso sí, con abundantes emoticones.

En cuanto a la lectura, me quedo con las palabras que Amos Oz expresó en su discurso de aceptación del premio Príncipe de Asturias de las Letras 2007: “Creo que la literatura es un puente entre los pueblos. Creo que la curiosidad puede ser una cualidad moral. Creo que imaginar al otro puede ser un antídoto contra el fanatismo. Imaginar al otro hará de ustedes no sólo mejores empresarios o mejores amantes, sino incluso mejores personas”.

CREEN QUE NO TENGO RAZÓN, QUIZÁ NO LA TENGO... POR ESO EMPLEO UN VOCABULARIO MUY INUSUAL...

Herbert Paul Grice fue filósofo y pensador inglés de mediados del S.XX, especializado y centrado en el ámbito de la teoría del significado y la comunicación, así como referente dentro de la pragmática. Su trabajo, recopilado en su obra Studies in the Way of Words, ha tenido una gran importancia en filosofía y lingüística, con implicaciones también en el ámbito de la ciencia cognitiva en general.

En esta obra podemos encontrar lo que han sido posteriormente conocidos como las cuatro máximas conversacionales:

Máxima de calidad: no diga algo que crea falso o de lo que carezca de pruebas.
Máxima de relevancia: haga que su contribución sea relevante.
Máxima de cantidad: haga que su contribución tenga la extensión justa para el propósito del diálogo, ni más ni menos.
Máxima de manera: Sea claro, es decir: sea breve, ordenado, evite la ambigüedad y la oscuridad.

Para ser un buen conversador necesitamos entrenar una buena memoria. Las ideas de nuestro interlocutor por ser suyas, se deben recibir favorablemente, por ello después de interiorizarlas debemos usarlas como propias, tamizándolas con nuestro lenguaje, a fin de establecer una conexión intangible de empatía. Esto no quiere decir que nos convirtamos en un Zelig moderno, pero nos orientara los temas adecuados para conversar.

Una táctica muy interesante para facilitar la conversación es ¡escuchar!, no hables de más, pues a nosotros es a los únicos que nos importan nuestras propias cosas, a las demás personas les pasa igual, dejemos hablar al interlocutor.

Cuando sabemos de lo que quiere hablar nuestro “cliente”, debemos iniciar un proceso mental con el fin de recordar experiencias que puedan aportar al desarrollo de la conversación. Si lo conseguimos podremos:

Prever los resultados de una argumentación
Prever problemas
Imaginar como nuestra idea o punto de vista, armoniza con el “escucha”.

TECUAN