Recientes estudios del departamento de
investigaciones de cosas sin importancia del TECUAN han revelado que “el buen
conversador” tiene todas las trazas de constituir una especie en peligro de
extinción. Tan escasamente prometedor se antoja su futuro, que los que
sobrevivimos juzgamos por buena estrategia, la rápida conformación de una ONG
(organización no gubernamental) que propugne la utopía de su supervivencia.
A diario observamos como un vocinglero alud de combatientes se declara en
permanente rebeldía frente a las tiránicas realidades de la fealdad, la gordura
o la muerte; sin embargo, rara vez somos testigos de un pugilato cuerpo a cuerpo
con las no menos nocivas huestes de la mediocridad y la ignorancia.
Ya ni siquiera podemos decir que la conversación de salón es tierra yerma donde
campea el eco monocorde del discurso egocéntrico. La triste verdad es que el
mexicano de nuestros días apenas habla de sí mismo. Sólo utiliza su voz para
presentarnos el pormenorizado relato de todo aquello que le aconteció a su
pareja, suerte de alfa y omega de un mundo microscópico.
Los ceremoniosos rapsodas de épicas aventuras de antaño han sido sustituidos
por infatigables y acuciosos cronistas de vidas anodinas. Basta como ejemplo:
“Al pícaro de Pepe le encanta ponerse calzones de
cebra”, “Al loco de Juan le fascina andar en pelotas los sábados y los
domingos” “A la amargada de Marisela le molesta que la llame mi ramerita”.
En fin, todo un temario estructurado al calor de la
más ramplona intimidad; anécdotas insulsas que luego serán vertidas en los
turbios sumideros de la discusión pública por voluntad expresa de una
personalidad exhibicionista.
Yo me resisto a tan injusto destino. Me niego
rotundamente a dialogar con mis amigas acerca de las virtudes y resabios de sus
adorados novios o esposos. Tampoco me avengo a platicar con mis amigos sobre
las pequeñas miserias de sus dulces tormentos. ¡Está bien, no quiero decir que
me aburren, a veces hablar de cosas mundanas es bueno, pero; ¿todos los días la
misma cantaleta? Tampoco pido que hablemos, de pronto, de los laureados
escritores de la generación Granta ni de los versos excelsos de Ana Ajmatova ni
de las posibilidades de humanización de la economía de mercado; no, eso seria
demasiado presuntuoso, pero tampoco hablemos, se los suplico en verdad queridos
compañeros, de las marchas y contramarchas de sujetos que invariablemente serán
imprecados en encarnizados procesos de divorcio! De Peña Nieto y sus
telenovelas! Renuncien al improductivo oficio de vicarios de lo ausente.
Abandonen la cháchara fútil de los interiores de cebra y las pantaletas cuello
de tortuga; confórmense, más bien, con saber aquello que un día escribió Enrique Vila-Matas, en su novela El viaje vertical: a los
hombres y a las mujeres sólo los conocemos realmente cuando los tenemos en
contra.
No puedo evitar relacionar la mengua que padece la conversación culta, graciosa
e inteligente con el crónico declive del hábito de la lectura.
Cuesta reconocer que hoy las personas más eruditas son aquellas que observan
por mayor cantidad de horas la televisión por cable. El constante avance de la
cultura audiovisual por lo menos les garantiza un buen tema a desarrollar. El
resto de la población se encuentra bastante satisfecha con esa modalidad de
conversación que a ratos se asemeja a un chateo sin teclado ni messenger,
pero, eso sí, con abundantes emoticones.
En cuanto a la lectura, me quedo con las palabras que Amos Oz expresó en su discurso de aceptación del premio Príncipe de
Asturias de las Letras 2007: “Creo que la literatura es un puente entre
los pueblos. Creo que la curiosidad puede ser una cualidad moral. Creo que
imaginar al otro puede ser un antídoto contra el fanatismo. Imaginar al otro
hará de ustedes no sólo mejores empresarios o mejores amantes, sino incluso
mejores personas”.
CREEN QUE NO TENGO RAZÓN, QUIZÁ NO LA TENGO... POR
ESO EMPLEO UN VOCABULARIO MUY INUSUAL...
Herbert Paul Grice fue filósofo y
pensador inglés de mediados del S.XX, especializado y centrado en el ámbito de
la teoría del significado y la comunicación, así como referente dentro de
la pragmática. Su trabajo, recopilado en su
obra Studies in the Way of Words, ha tenido una gran importancia en
filosofía y lingüística, con implicaciones también en el ámbito de la ciencia
cognitiva en general.
En esta obra podemos encontrar lo que han sido
posteriormente conocidos como las cuatro máximas conversacionales:
Máxima de calidad: no diga algo que crea falso
o de lo que carezca de pruebas.
Máxima de relevancia: haga que su contribución
sea relevante.
Máxima de cantidad: haga que su contribución
tenga la extensión justa para el propósito del diálogo, ni más ni menos.
Máxima de manera: Sea claro, es decir: sea
breve, ordenado, evite la ambigüedad y la oscuridad.
Para ser un buen conversador necesitamos entrenar
una buena memoria. Las ideas de nuestro interlocutor por ser suyas, se deben
recibir favorablemente, por ello después de interiorizarlas debemos usarlas
como propias, tamizándolas con nuestro lenguaje, a fin de establecer una
conexión intangible de empatía. Esto no quiere decir que nos convirtamos en un
Zelig moderno, pero nos orientara los temas adecuados para conversar.
Una táctica muy interesante para facilitar la
conversación es ¡escuchar!, no hables de más, pues a nosotros es a los únicos
que nos importan nuestras propias cosas, a las demás personas les pasa igual,
dejemos hablar al interlocutor.
Cuando sabemos de lo que quiere hablar nuestro
“cliente”, debemos iniciar un proceso mental con el fin de recordar
experiencias que puedan aportar al desarrollo de la conversación. Si lo
conseguimos podremos:
Prever los resultados de una argumentación
Prever problemas
Imaginar como nuestra idea o punto de vista,
armoniza con el “escucha”.
TECUAN
Admito que no había visto este.. y alguna vez hace algunos días me aconsejaste leer tu blog, me reí internamente, y me pareció que te estabas adulando de más, me gustó mucho este post (si fuera una pequeña saltamontes estaría enamorada de ti), es como aprender a fumar café con pasos sencillos y comprobables.
ResponderBorrarVoy a tener en cuenta la información que recaudaste para mejorar mis conversaciones.
Y quiero agregar que una buena conversación requiere de algo de fantasía, y no precisamente en mentiras sino en la forma de expresar experiencias e ideas.