12.3.10

CRÓNICAS DE UN VIAJERO (PARTE 2)

...”El camino de la redención engrandece tu corazón”.

La frase de aquel rótulo sentenciaba así, yo podría cambiar una y otra vez todos los elementos de la frase y el resultado sería el mismo para mí.

En otro portal, con grandes caracteres, leí las palabras “policías asesinos” al lado de versículos bíblicos escogidos y de los horarios del culto. “Son policías asesinos” –decía-, mientras justo al lado del portón acusador se lavan carros y enfrente se venden mecates para colgar hamacas. Todo a tres cuadras del lugar exacto en donde, 13 años atrás, caían Paisanos bajo las balas y los machetes de sicarios a sueldo del ejército. La pinta del muro es otra, bien distinta: "Pobres hermanos gloriosos, asesinados a sueldo, a dólar, a divisa. Como Jesús, por orden del Imperio".

Atravieso la puerta enrejada y el paseo de acceso al “Hospital” regional se me ofrece como un apacible lugar de sombra y silencio, con leves revoloteos de palomas y de zanates aunado a la escasa concurrencia. Una familia completa descansa sobre bancales de piedra, mirándose entre sí y hablando con voz muy suave: me observan cuando paso por su lado y me siento a pocos pasos, en otro poyo de piedra sin labrar. Algún enfermo, pienso, alguien entre ellos que habrá salido a pasear por este pequeño jardín y que en esta mañana soleada comparte su apego a la vida con los suyos. Los niños no juegan aquí: todo es tan sensible que se disfrazan de adultos, participan de la reunión para demostrar su vínculo solidario y su probable empacho de estupideces. En este sitio no hay que hacer nuevas cruzadas, basta una palabra de afecto y una mano que acaricia. Me levanto para no interferir en la escena y me planto en la puerta de la capilla: desde aquí salieron los disparos en 1995, con la puntería del asesino que se cree ya mítico y que está a punto de pasar a la historia.

Pero se equivocó: la historia cayó desplomada al fondo, ante el altar, y el individuo entró de nuevo al vehículo y huyó, por este paseo silencioso (cómo resuena el chirrido de las ruedas en mi cabeza, un sablazo cruel) sablazos como los que lanzaron aquellos sicarios cobardes contra mujeres embarazadas y niños pequeños que se encontraban rezando en este mismo lugar hace 13 años y no conformes con tal crueldad, enfermos de sangre y estupidez, propiciaron cortes a los vientres maternos y extrajeron fetos para “asegurarse” de que no quedara “indio” vivo aquella tarde. No puedo contener las lágrimas ante esas imágenes difusas que laceran mi corazón y mi alma vuelta cientos de pedazos, cada pedazo en unión y comunión por aquellas inocentes personas asesinadas y las familias de cada una de ellas, de “Las abejas” en aquel diciembre de 1997. Lanzo una versión personal de lo que se conoce como oración en homenaje a las víctimas y salgo de aquel lugar, embriagado de impotencia y rebeldía… necesito calmarme, necesito volver a sonreír.

Camino y llego al mercado del pueblo, toda una expresión de color, una fértil maraña de gritos y olores de frutas frescas. Contrastes tan intensos: a veces no hace falta caminar para meterse en realidades opuestas, para probar las mil caras de este territorio que se mueve en sentido estricto (hay sismos bastante regulares cada año) y figurado, en un sentido casi metafórico. Estas mujeres que venden telas, semillas, flores y pequeños “marquitos” (así les llamo Yo), y que aguantan a su hijo en las caderas o sobre el pecho mamando y que cuando aprende a caminar se les escapa mientras atienden a los clientes y deben ir a buscarlo por el pasillo con los pesos en una mano y en la otra la mercancía, que tienen el almuerzo en un plato de plástico y la bebida en una bolsa con pajilla, que van a preparar la cena cuando terminen de cerrar el puesto de venta. La representación cruda y sin censura de la mujer chiapaneca, el orgullo indígena de esa región y de todas las regiones indígenas de nuestro hermoso País, me hace recordar las palabras gloriosas e inermes de la Comandanta Esther ante el Congreso de la Unión en donde hablaría de la situación de la mujer indígena y pondría el dedo en la llaga de la deuda histórica que como nación se tiene para con los pueblos indígenas:

Mi nombre es Esther, pero eso no importa ahora. Soy zapatista, pero eso tampoco importa en este momento. Soy indígena y soy mujer, y eso es lo único que importa ahora.

Las armas zapatistas no suplirán a las armas gubernamentales.

Cuando se reconozcan constitucionalmente los derechos y la cultura indígenas, la ley empezará a unir su hora a la hora de los pueblos indios. Los legisladores que hoy nos abren puerta y corazón tendrán entonces la satisfacción del deber cumplido. Y eso no se mide en cantidad de dinero, pero sí en dignidad. Entonces, ese día, los millones de mexicanos y mexicanas y de otros países sabrán que todos los sufrimientos que han tenido en estos días y en los que vienen no fueron en vano.

Señoras y señores legisladoras y legisladores: Soy una mujer indígena y zapatista. Por mi voz hablaron no sólo los cientos de miles de zapatistas del sureste mexicano, también hablaron millones de indígenas de todo el país y la mayoría del pueblo mexicano. Mi voz no faltó al respeto a nadie, pero tampoco vino a pedir limosnas. Mi voz vino a pedir justicia, libertad y democracia para los pueblos indios. Mi voz demandó y demanda reconocimiento constitucional de nuestros derechos y nuestra cultura. Y voy a terminar mi palabra con un grito con el que todas y todos ustedes, los que están y los que no están, van a estar de acuerdo: ¡Con los pueblos indios! ¡Viva México! ¡Viva México! ¡Viva México!”...

Cuantos sentimientos encontrados bombardean mi ser en estas tierras llenas de magia, hermosura y a la vez denigración y maltrato.
Estas mujeres, son la esencia y el suplicio permanente de este movimiento que no cesa, que sólo se va deteniendo al anochecer pero nunca del todo: la oscuridad que aprovechan los perros para hurgar en la basura es sólo la antesala de un despertar temprano igualmente estruendoso, que arranca cada día con igual ímpetu sin importar las ganas ni el desaliento. Cuántos psicólogos deberían pasear por aquí: ¿quién dijo depresión?

Uno sale de estos mercados reanimado, casi gritando el nombre de las frutas y verduras por pura empatía y empujado a la dinámica del hacer, del trabajar, del no parar. Mientras voy pisando restos vegetales y charcos embarrados por el agua y los meados, me aferro al ansia del escalador que está a punto de llegar a alguna cumbre, del sediento que ya otea el oasis a poca distancia: al ansia del que tiene lo real al alcance de la mano y está a punto de acariciarlo (como el niño a su abuelo, la vendedora a su hijo), y que tiene miedo de perderlo de vista y quedarse sin cima, sin agua y ajeno al acontecer de este mundo tan verdadero, sin mano en la mejilla...

Continuará…

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