20.1.14

LA FALSA IDENTIDAD...

Resulta que un día te despiertas y te das cuenta de que se te ha olvidado quién eres en realidad, ya que en algún punto de tu vida has adoptado una nueva identidad que, como no corresponde con la realidad, te deja siempre, tengas lo que tengas, con una sensación de vacío interior.

Así que para poder llenar esta sensación de que "te falta algo", intentamos adornar esa identidad que hemos tomado para que parezca más llamativa y valiosa.

Adquisiciones materiales, lujos, posesiones, poder adquisitivo, apariencia, falsas poses, pretensión...

Por eso tantas veces soñamos con esa persona que quisiéramos ser y con esa forma de ser que nos gustaría tener. Nuestro mundo personal y social está lleno de "deberías", "no deberías", de "tendrías" y "no tendrías"...

...Todas estas exigencias tienen sentido cuando uno se contempla a sí mismo como defectuoso e incompleto, pero no tienen sentido cuando comprendemos que lo que está más allá de esa identidad aparente es una esencia llena de inteligencia, creatividad y amor, y que, por su propia naturaleza, es perfecta, esto es, completa.

Por eso, el entrenamiento que verdaderamente ofrece resultados no es el que nos ayuda a mejorar nuestra falsa identidad, sino aquél que nos ayuda a trascender esa identidad para reencontrarnos con quienes somos en realidad.

Lo que necesitamos es descubrir qué hay realmente detrás de las palabras "YO SOY"...

Pero sin mentiras, sin rencores y sobre todo, con completa humildad.

Yo lo estoy haciendo... y vaya que he sido un verdadero caos, jamás es tarde para cambiar, mejorar.

Sé el cambio que quieres ver en el mundo. Las personas sólo cambiamos de verdad cuando nos damos cuenta de las consecuencias de no hacerlo...

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"Sólo quien avance bajo el fardo, más o menos agobiante, de sus tinieblas y su sinceridad, bajo el fardo de su verdad más honda, sólo quien avance bajo su peso íntegro y sin disfraz, logrará caminar por el sendero que le llevará a sí mismo: el único sendero en que tropieza uno con la paz y el amor, la gratitud y la sonrisa. Y encontrará lo que todos febrilmente persiguen sin dar jamás con ello: la cristalina fuente de la serenidad y la alegría. Una fuente que brota en el mismísimo punto y el mismísimo instante en que se logra la aprobación de uno mismo tal como es, la aprobación de la vida como es, la aprobación del mundo."

(Ahora hablaré de mi.)
Antonio Gala.

4.1.14

DE EL AÑO QUE LLEGA, POR EL AÑO QUE SE VA…

Ya pasó la parafernalia de dedicatorias, buenos deseos y pusilánimes propósitos de año nuevo que -SIENDO REALISTAS- se verán mermados a mediados de junio si no soy tan fatalista. Lo sé, lo sé; “ya llego el Grinch del Tecuan a blasfemar sobre el año nuevo”. Y en realidad esta vez están un poco equivocados, mi post ésta vez trata de aquellas cosas que inevitablemente se quedaron pendientes, esas cosas que juraste cumplir y jamás encontraron la luz de la realización.

Se fue un año más, ¿Cuántos asuntos pendientes se quedaron en aquél tiempo? No lo sabremos, hasta que aquella voz en nuestra conciencia los haga volar y los libere como palabra que se prende al impregnarse en nuestro pensamiento y nos los muestre como dicho que se diga, mientras se dice, no sólo mientras se piense calladamente, soterradamente, sigilosamente, penosamente. Penosamente porque vas a recordar todas esas cosas que prometiste y no cumpliste:


“siempre te voy a amar”, “siempre estaremos juntos”, “jamás te voy a lastimar”, “no lo vuelvo a hacer, lo juro”, y para no leerme tan persuasivo en los terrenos de las relaciones personales, ¿qué tal las sentencias; “no vuelvo a tomar”, “debo alimentarme mejor”, "te juro que no volverá a ocurrir", “empezaré a ahorrar”…?


¿Cuántos sentimientos atrapados, cuántas expresiones apresadas, cuántas palabras calladas, inéditas, innatas, cuántas acciones, cuanta vida se nos quedó en el intento de un mejor AÑO PASADO? 


Un último beso, una despedida, un saludo, una propuesta, una iniciativa, una llamada, una contestación. Un tintero y su tinta, UNA HOJA EN WORD (entiéndase; -nuevo documento en blanco-) jamás iniciada. Y en ella, la vida que no fue, como un río que fluye en el subterráneo y no se ve ni se escucha el caudal a su paso porque no se atrevió escapar de su encierro, se quedó en esa cueva llamada indecisión. Un tiempo que se consumió y consigo se llevó todas las oportunidades, todos los puertos y sus barcas, todas las salidas con sus entradas, todas las ventanas y sus vientos, todos los anhelos que enterrados fueron entre los restos de un suspiro que se nos atoró en un instante, en el del ansia, en el del ego, en el de la envidia, en el del miedo.


La vida que pasó frente a nosotros y que dejamos ir en forma de múltiples oportunidades.


Hace unos días, todo era abrazos, buenos deseos, felicitaciones, esperanza, regalos, la cena, la fiesta... y de pronto, todo termina; regresamos del sueño decembrino y del “nuevo ciclo” a la realidad martirizante que nos vuelve a separar. ¿No ocurrió así el año pasado también?

Y entonces, los sueños se esfuman y quedan olvidados en algún cajón junto con los abrazos, los buenos deseos, las felicitaciones, la esperanza, los regalos, la cena, la fiesta... hasta el próximo fin de año.

Las calles vuelven a oscurecerse. Las luces de “amor y esperanza” se apagan. Los regalos parecen esfumarse cuando estos carecen del aura mágica del buen deseo. Y las buenas intenciones van desapareciendo conforme pasan los meses. Hasta que llegamos otra vez, al próximo diciembre con las manos vacías, con la ansiedad en la garganta, y vuelven a aparecer las luces de esperanza y con ellas, el ciclo se repite... El mundo vive una crisis profunda de decepción y apatía.


Ok, ok… hasta aquí todo parece un libro de escritor maldito que nunca tuvo regalos en navidad. Bueno, no están tan equivocados, pero el punto es que los tiempos en los que estamos viviendo no permiten que las alegorías se extiendan a tiempos indefinidos. Las personas optimistas sostienen que en realidad, festejan estar vivos un año más (casi cómo lo que se hace en un cumpleaños, pero no tan de manera individual, éste es un “cumpleaños” mundial), lo cuestionable es que solo se acuerden de festejarlo una vez por año.

El curso natural de la vida supone cambios.

Lo mismo pasa con los propósitos de año nuevo. El energético arranque disminuye, fastidia, aburre y se convierte en un pusilánime ensayo que termina, si bien nos va, en el mes de marzo.

Y digo esto, porque muchas personas logran entender la vida cuando están en alguno de los dos extremos de ella, en el medio nos pasamos tomando decisiones para arreglar las cagadas que provocaron esas mismas decisiones. Algo así como un “error de redundancia cíclica”.

A medida que vamos acumulando meses en la vida, tenemos la percepción de que los años pasan más rápido, la explicación más racional sería que mientras crecemos, cada año representa menos, proporcionalmente, en el total de nuestra vida.


Si bien el tiempo siempre es el mismo (ya que en realidad es una ilusión contarlo), lo que varían son los estímulos que ocurren en él, porque vivir es sentir emociones.

La infancia nos pareció eterna, porque los recuerdos son variados, porque toda experiencia era nueva. Actualmente los días se repiten y los objetivos que nos autoimponemos son materiales y tan efímeros como las satisfacciones que nos provoca alcanzarlos. Conforme crecemos y nos abocamos a “llegar a tal edad con la vida hecha”, nos dedicamos a desperdiciar el tiempo en trabajar para intentar comprar esa vida que ya nos pautaron como era. Todos asumimos los mismos 3 o 4 parámetros sociales como únicos caminos “correctos” y creemos que la vida se reduce a tener cosas y formalizar vínculos.

Podemos entonces tomarnos un tiempo y preguntarnos, ¿qué chingados es tener la vida hecha para nosotros?, o podemos seguir las flechas, conseguirlo, darnos cuenta que en realidad vivimos equivocadamente un modelo decidido por otros y sacarle el signo de interrogación a esa pregunta. Los años pasan más rápido cuando son todos iguales, cuando son un “ctrl+c” y “ctrl+v” de otras vidas, levantarse, ir a la oficina, comer y mirar la tele todos los días, la misma rutina. Nosotros y la vida moderna que abrazamos, somos los culpables de que los años pasen rápido, porque la rutina no emociona, no diferencia los días y nos aleja permanentemente de la necesaria improvisación de la vida. Supongo que en la última etapa nos sacudirá un poco la obligatoriedad de la muerte, nos empujará a volver a sentir emociones, como en la infancia, pero está vez regidos por la teoría de la escasez y esa sensación de “esto se termina, agarra lo que puedas antes de irte”.

Lo aburrido pasa lento, los días iguales pasan lentos, lo paradójico es que ésta monotonía sea lo que no te deja distinguir un año de otro y sea la misma que hace volar los años que vamos contando.

Aquí tienen un nuevo tintero. Sólo falta la pluma, la del ganso, la del cuervo, la del cóndor, la de la libertad. La pluma de la vida, la que canta, la que señala, la que ensueña y enseña, la que en el tintero entra y rescata esas oportunidades escapadas, los puertos y las barcas, las salidas y las entradas, las ventanas y los vientos y los anhelos…


La pluma, la misma pluma que nos hace volar escribiéndonos en la faz de éste tiempo que se renueva, como año nuevo, como ganas de empezar otra vez, pero esta vez mejor, esta vez más ligeros, esta vez más alegres, como “hombres y mujeres de buena voluntad”.



Así lo veo desde mi mundo de letras. El tintero es tu vida, el lienzo, la hoja en blanco; es el mundo en dónde te encuentras… la pluma, la de ganso, la de cuervo, la de cóndor, la de güila o de gallina, eres tú. ¿Qué vas a escribir para éste año?

Mira allá afuera, ¿lo viste? pasó otro día igual al de ayer, y no volverá jamás.
TECUAN