16.3.10

CRÓNICAS DE UN VIAJERO (PARTE 3)

... Uno avanza a través de aquellos parajes y se repite constantemente las mismas preguntas; ¿Por qué ellos? ¿Por qué aquí? La imagen de odio, repudio y a la vez olvido e indiferencia son aquellas milpas destruidas, aquellos animales flacuchos y enclenques, las ropas harapientas que contrastan irónicamente con la hermosura, quietud e inmensa riqueza de los paisajes de aquellas tierras. Sigo caminando a lado de un grupo de mujeres y niños, me deslizo cuidadoso por el agresivo camino cerca del río, hoy son puras piedras y cuatro días atrás una remansa de lodo y agua.

Al entrar en uno de los campos sembrados, se avistan desde lejos las mazorcas marrones, completamente secas: basta con acercarse e ir desgranando cada planta, abriendo cada elote para comprobar que el maíz ya no servirá ni para hacer harina con que engordar al ganado. Uno tras otro, los campos han quedado arrasados por efecto de una torrencial tormenta, pues el agua se estancó por varios días en cada milpa y la humedad destruyó completamente las cosechas. Ya todo es irremediable, pero aquí las sonrisas y las resignaciones se combinan para echarle ánimo al asunto y pensar ya en cómo se podrá alimentar a la familia hasta la próxima oportunidad de siembra.

Los cuadernos de los niños y sus zapatos se compran con el excedente de la cosecha, pero ahora es diferente; habrá que inventarse otra manera de conseguirlos. Y hasta la próxima tormenta: el desborde del río rompió los diques naturales y acaba de formarse un lago artificial que no sale en los mapas y que no se secará probablemente jamás: los niños ya se bañan ahí y la diversión y los gritos de entusiasmo tras cada chapuzón resisten cualquier intento de desánimo.

Esa actitud esta en los niños, inflexibles a las penurias de los estragos causados por las inundaciones. Pero la actitud de la llamada “gente grande”, la que aporta los pocos pesos que puede conseguir en una jornada completa de trabajo para la subsistencia de la casa es diferente.


¿En dónde está la ayuda?, dos días antes de la visita de la Gobernadora, todavía no ha llegado nada. Los cooperantes se mueven con nerviosismo, la seguridad del Estado tiembla y el regidor es un rostro furioso y desencajado.

-¿Pero dónde están los cobertores que tiene que entregar la Gobernadora?
-Se los llevaron las cámaras vecinales, para repartirlos antes.
-¡Pues que compren más!

Cuando llega esa caravana de autos lujosos color negro seguidos por un vehículo “oficial” descienden trajes y corbatas oscuras. En el centro se observa un vestido y un peinado que avanzan, los mismos que dos horas después estarán repartiendo cobertores entre la comunidad campesina, con una risa fingida y exageradas adulaciones.

- Estamos con ustedes, haremos todo lo posible por restablecer el orden y apoyaremos a todos los afectados, estoy con ustedes… no se olviden de quien les extendió la mano tras esta crisis, a la hora de votar!!

La gente se agolpa a su alrededor, un niño con libreta en mano grita con fuerza; "¡Gobernadora, Gobernadora!" mientras con los dedos hace la seña del que firma algo. La tal “Gobernadora” levanta los hombros y hace como que no entiende. -"¡Gobernadora, Gobernadora!"-, insiste la criatura reclamando su autógrafo. Los matones que la guardan le impiden con sus cuerpos que avance hacia la multitud, y Ella sigue haciendo gestos de incomprensión, con la sonrisa puesta.

-¡Come mierda, hijaeputa!- Y el niño desaparece bajo las piernas de los adultos, mientras los hombres de negro se llevan a su protegida en volandas hacia otros colchones más confortables.

Patética e irónica realidad, pienso, al mismo tiempo que escucho; -esa gente cree que con un cobertor se solucionaran nuestros problemas-, Don Gabino se llama aquel aportador de la historia y sentencia exacta, memoria cautiva. Le escuché sentado en un pedregal frente a su casa después de presentarme (escuchar hablar a un anciano, es como escuchar un libro, un diario que contiene la verdad, los hechos exactos de las cosas, escuchar a un anciano, son de las cosas que más me apasionan y nutren mi alma), él apoyado en el marco de la puerta. Tras las paredes de adobe veo el movimiento familiar que no se detiene, la olla en el fuego de leña.

Cuenta que en aquel caserío llegaron soldados allá por los años 90 y acribillaron a cuanta persona se puso por delante, hombres, mujeres, niños… -hasta fetos- decía, Don Lucio tuvo que enterrar a seis criaturas abiertas en canal, y a una mujer embarazada con la barriga cosida. Con la brutalidad de aquel que ha visto demasiadas brutalidades, dijo que jamás se imaginó volver a comer carne de cerdo, porque eso es lo que vio: carne desparramada, no pudo ver personas ni reconoció o no quiso reconocer a nadie. Derrama un par de lágrimas y sede a un silencio lúgubre en honor de sus hermanos. Pero de vez en cuando bromea, es así como puede sobrevivir al desastre. Yo estoy maravillado ante eminente persona, su relato me vuelve parte de sus alegrías y tristezas, lloro lo que él llora, lamento lo que el lamenta y me divierte lo que me parece prudente. Aquel viejo roble, sabio, sólo tiene dos dientes en la mandíbula inferior, su barbilla es escasa y cana, y lleva unas botas que muestran los dedos de los pies. Su voz llenando la tarde, miro de nuevo hacia el interior de la casa y ahora observo una muchacha descalza sentada en una hamaca que tiene un libro entre las manos. También observo que sus labios van deletreando cada palabra y moviéndose al ritmo de la lectura, de cada frase que va cobrando sentido. No aparta los ojos del libro y yo la sigo mirando por un buen rato, intentando meterme en esa ficción suya que ya, a estas alturas del viaje, se hace tan necesaria ante la realidad desbordante que me inquieta y me supera a cada minuto...

Continuará...

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