Los buenos ganan. Los malos pierden. Tarde o temprano, pero
al final cada quien cosecha lo que siembra, cada quien obtiene lo que merece.
Diferentes doctrinas sostienen esta idea. Por ejemplo, el Karma nos dice que
recibimos lo que merecemos según nuestra conducta hacia los demás, mientras que
la Ley de la Atracción asegura que modificamos la realidad con nuestro
pensamiento, para bien o para mal. Paulo Coelho, por su parte, asegura que
cuando deseas algo de verdad el universo entero conspira para que lo obtengas.
O, como dicen las abuelitas, Dios castiga sin piedras ni palos. Muchas
religiones prometen recompensas y castigos, pero en la otra vida. Como sea, el
punto es éste: lo bueno y lo malo que te pase depende totalmente de ti.
O por lo menos así quisiéramos que fuera el mundo. Pero ¿lo
es? Noup, no lo es. Sucede que estamos afectados por un sesgo cognitivo, una
falla psicológica común a todos los seres humanos, que se denomina -falacia del
mundo justo-. Nos gusta pensar que la vida es esencialmente justa y que lo que
sucede a las demás personas es precisamente lo que merecen.
Súbdito: -Pero ¿Por qué nos gusta pensar eso Tecuan?-
TECUAN: -Porque es un pensamiento muy reconfortante hijo.-
Cuando vemos que a alguien le va mal, dictaminar que seguro
lo merecía porque “algo hizo”, “lo provocó” o “lo andaba buscando”, nos da una
sensación de seguridad: si nosotros hacemos lo correcto, no nos va a pasar
aquello. Además, nos permite contemplar nuestra propia buena fortuna y pensar
que nos la hemos ganado: si estamos bien, es porque somos más buenos, más
esforzados o más listos que los demás. Finalmente, en un mundo en el que hay
tanta violencia y prevaricación, tanto abuso y malevolencia, nos da la
esperanza de que algún día, en esta vida o en la otra, el mal será castigado y
el bien será recompensado.
Tomemos el caso del Karma, por ejemplo. A lo largo de una
vida los seres humanos haremos cosas buenas y malas y nos sucederán cosas
buenas y malas. Una buena parte de lo que nos sucede será consecuencia directa
o indirecta de nuestras acciones, pero otra buena parte será resultado del
azar. Si somos de los que creen en el Karma, además de la falacia del mundo
justo, otros sesgos inherentes a nuestras psiques nos harán reafirmar esta
creencia. Nuestra propensión a ver patrones en todas partes, incluso donde no
los hay, nos hará pensar que lo bueno que pasa es consecuencia de lo bueno que
hacemos, aunque no haya una conexión directa entre dos sucesos o estén muy
separados por el tiempo. Por ejemplo, ayudar a una persona necesitada y semanas
más tarde encontrar un billete de 500 pesotes en la calle no están relacionados
de manera alguna. Nuestro sesgo de confirmación y nuestro afán por generalizar
nuestra propia experiencia y creer que es “ley universal” nos llevarán a hacer
énfasis en las veces que la vida pareció hacer justicia, e ignorar las
muchísimas veces en las que simplemente no pasa nada.
Esto no niega que existan causas y consecuencias, o que
tomar buenas decisiones por lo general tenga buenos resultados. Si pongo la
mano en el fuego, me quemo. Si tenemos buenos hábitos es más probable que
tengamos una buena salud y una vida larga. Pero aun así es posible que
intervenga el azar. Puede suceder que algo ajeno a nuestra voluntad arruine
nuestros planes: quizá heredamos malos genes o seremos víctimas de un accidente
(Pregúntenle al del BMW de Reforma). Y a final de cuentas, el mismo azar puede
hacer que una persona que no se cuidó tanto termine viviendo más y mejor que
nosotros. Lo que quiero decir que mucho en la vida es completamente aleatorio y
no depende de nuestros méritos o nuestras culpas.
Además, tendemos a confundir la prudencia con la ética. Las
acciones imprudentes (manejar después de haber bebido alcohol (Pregúntenle al
del BMW de Reforma), fastidiar a un perro, comer comida chatarra, andar por
barrios peligrosos) pueden tener consecuencias negativas, y las acciones
prudentes tienden a evitarlas. Pero eso no quiere decir que una persona
merezca, en un sentido ético, que algo malo le pase por haber cometido un error
o tomado una decisión equivocada. Por ejemplo, una persona puede olvidar poner
seguro a su auto, y más tarde encontrar que le han robado todo lo que llevaba
dentro. Sí, una cosa es consecuencia de la otra, ¿pero podríamos decir que
merecía perder sus bienes?
La justicia es un concepto ético y la ética es una creación
enteramente humana. Existe de forma exclusiva en la mente humana y en las
relaciones entre seres humanos. No existe por sí misma en la naturaleza, la
vida o el universo, sino que depende por completo de lo que nosotros
consideramos justo, según nuestras inclinaciones naturales, moldeadas por las
culturas en las que fuimos criados.
Por ello resulta absurdo esperar que algo que algo ajeno a
la voluntad humana imparta recompensas y castigos; que alguna fuerza cósmica se
encargue de provocarle una enfermedad a una persona malvada, o de hacer
funcionar el automóvil de una buena persona.
Es difícil refutar las creencias en la justicia intrínseca
del mundo. Podemos señalar a los miles que sufren o han sufrido horrores
inexplicables (como las víctimas de un desastre natural o de una dictadura
genocida). Podemos señalar a los tiranos y criminales que murieron encumbrados
en el poder, tranquilos en sus camas, sin pagar ni un poquito por sus actos
malvados. Podemos enfatizar una y otra vez que, contrario a lo que dicen los
esotéricos, la física cuántica no dice que la realidad pueda cambiarse con el
pensamiento; que las ideas no son energía que como microondas se extienden
hacia afuera del cráneo y alteran el entorno material; en fin, que no existe
ningún mecanismo detectable por el cual los pensamientos o los deseos puedan
tener efecto en el mundo físico.
Pero sus defensores siempre salen con explicaciones ‘ad
hoc’, justificaciones convenientes que por su misma naturaleza no pueden
ponerse a prueba: quizá es que una persona no deseó con suficiente fuerza sus
objetivos o se concentró más en su miedo a no lograrlos y por eso le fue mal; a
lo mejor el tirano pagará sus crímenes en la otra vida; no sabemos si las
víctimas del Holocausto habían sido personas malvadas en la vida anterior… Y
así y así sucesivamente por los siglos de los siglos. (Pregúntenle al del BMW
de Reforma) xD
El problema con la creencia en que el mundo es justo no es sólo
que es falsa e insostenible, sino que es muy peligrosa. Primero, porque al
dejar la tarea de hacer justicia al Karma, al universo o a los dioses del
inframundo, renunciamos a corregir las injusticias de este mundo. De hecho,
muchas de estas creencias surgieron precisamente para justificar regímenes
injustos. El Karma, que muchos occidentales despistados consideran el colmo de
lo espiritual, nació en la India como justificación de un atroz sistema de
castas: naciste en una casta inferior porque fuiste malo en tu vida anterior,
pero si eres bueno ahora, en la siguiente podrás tener una mejor vida. En las
monarquías absolutistas se decía que era voluntad de Dios que el rey tuviera
todo el poder y que el siervo fuera pobre, y que si el rey era impío Dios lo
juzgaría después de la muerte, pero que el siervo no tenía derecho a rebelarse
contra él.
Segundo, porque adormece una de las cualidades más humanas
que tenemos: la capacidad de sentir empatía. Si al ver a una persona en
desgracia pensamos “algo habrá hecho para merecerlo”, renunciamos a sentir
empatía por ella. Ésta es la idea detrás de “la violaron porque provocó” o “los
mataron porque andaban de revoltosos”. Incluso se extiende hacia los problemas
de salud, con esa gente que dice cosas como que el cáncer le da quienes no
expresan bien sus emociones: hasta los pacientes de las más terribles enfermedades
son los únicos responsables de lo que les pasa. El mecanismo psicológico nos
protege de la ansiedad al hacernos pensar que no nos pasará lo mismo porque
nosotros sí hacemos lo que se debe y evitamos lo que no. Pero esta
reconfortante idea nos hace evadirnos de nuestra responsabilidad moral hacia
quienes necesitan ayuda y terminamos culpándolos de sus propias desgracias.
El universo no es justo. Tampoco es injusto. El universo es
vasto, frío e indiferente. ¡¡AL UNIVERSO LE VALES MADRE!!
Pero los seres humanos podemos ser justos, podemos trabajar
por la justicia, podemos combatir la injusticia. El hecho de que gran parte de
lo que sucede depende del azar y fuerzas ajenas a nuestra voluntad tampoco es
razón para dejar de intentarlo. Cuando renunciamos a ello, somos nosotros
quienes nos volvemos fríos e indiferentes.
Sí no… Pregúntenle al del BMW de Reforma.
TECUAN