Hoy me sorprendió una amiga del
trabajo (y me atrevo a llamarle amiga, porque desde que llegué aquí, nadie más se ha tomado la molestia
de preocuparse o intentar saber cuando algo raro pasa por mi cabeza… solo alguien que te tiene aprecio
puede hacerlo, y esa persona se gana mi respeto, amistad y afecto sincero) en
fin, me encaró, así sin previo aviso y me dijo “Jesús, tu tienes algo, no sé
que sea pero andas raro…” la verdad es que mi sorpresa es positiva, me gustó
que ella se haya dado cuenta de que algo pasa en mis entrañas que no me deja
ser ese ser que “generalmente soy”, entre las muchas preocupaciones y problemas
que tengo últimamente y que me reconforto platicarle, hay uno que no me deja mantenerme
en paz…
Hace unos días recibí un mensaje de
mi madre, era un mensaje privado, pero en palabras simples y amenas consiguió crear
una vorágine de pensamientos revueltos en mi cabeza que me han obligado desde
hace un par de noches venir aquí a hablarles…
Las palabras de mi madre en ese
mensaje fueron las siguientes:
“que tal hijo estas bien, bueno tu siempre me dices que si
pero la verdad es que andas muy mal, aunque tu no lo creas me preocupas
demasiado y a veces no se como ayudarte siento mucho que no tengas confianza
con tu papá al fin y a cabo es tu padre además por si no te haz dado cuenta él
te ama hijo tanto que hasta te pasa tus groserías, como por ejemplo cuando te
pregunta algo y tu contestas muy agresivo y grosero, yo no lo soporto por eso
te empiezo a decir de cosas y quisiera que en ese momento te arrepintieras le
dieras un abrazo y un beso como cuando eras chiquito hacías una travesura y en
seguida te arrepentías dándonos un beso y abrazo ya con eso según quedaba todo
arreglado, DONDE quedo ese betito risueño , alegre tal vez con muchos miedos
pero siempre preguntando todo y porque, tu sabes porque cambio tanto su carácter??
....... te lo dejo de tarea te quiero mucho que DIOS te llene de sabiduría y
este contigo siempre y en cualquier lugar donde mas lo necesites. ok. y
recuerda siempre que puedes confiar en nosotros aunque te regañe y te diga tus
verdades no importa porque eso significa que me importas y te quiero nada mas
eso si te lo recalco RESPETA A TU PADRE Y MADRE Y TU VIDA SERA MAS ALEGRE Y
DURADERA.”
…
Sin duda esta claro el motivo de mi
inquietud de estos días… me he comportado de una manera injustificada, soez y
agresiva con las personas que me han dado tanto.
Hoy, quiero hablar de un padre y de un hijo, de esa tan especial relación entre dos personas que tienen su rol muy bien definido y que van creciendo a ritmos dispares: uno envejeciendo y el otro “madurando”, el uno transmitiendo experiencias e historias vividas y el otro absorbiendo ese caudal para retenerlo, adquirir conocimiento y también ponerlo en duda.
Hay varias etapas en la relación, que
se profundiza con el tiempo: cada quien guarda memoria de instantes de cada una
de ellas, en las que el hijo escucha, pasea con el padre, lo interroga, le
discute algo, sonríen ante una buena escena de una película dominguera, se
levantan del sofá por esa jugada magistral del delantero centro, leen en la
mesa un periódico cada uno, hablan con el perro, y en todo caso saben que ahí
están, siempre cerca y asumiendo su espacio en la relación familiar. Jamás la
edad rompe el vínculo: el hijo sigue siendo hijo, por varias décadas que hayan
transcurrido y por otros hijos a su vez que haya tenido.
Pero después llega la conciencia de la desaparición, la certeza de que el padre agota su última etapa y lo vamos notando en cada pequeña anécdota y en cada detalle de la persona.
Quiero hablar de aquel andar tenue y
de ese destello orgulloso del que se niega todavía la razón paterna, el negarse
a no transigir frente a los embates del tiempo, el apagamiento invisible pero
tenaz de quien nos ha protegido y ha sido referente.
De ese abismo es del que me interesa
hablar: del hijo que un día se levanta de la cama y se sabe solo. No solitario,
pues le rodea gente a quien ama y que también vela por él. Solo porque, por
mucha rebeldía que haya protagonizado junto a su padre (contradiciéndolo,
negándole su razón, contradiciéndolo, siendo “hijo de otra época”) se encuentra
de pronto sin la seguridad que en los peores momentos le puede brindar quien le
ha formado y constituido. ¿A quién preguntar, a quién revelar un fracaso, o un
mal momento, o una dificultad? Los demás compartirán con nosotros el mal trago,
incluso nos apoyarán ciegamente. Pero la voz del padre resulta (solamente su
tono, su firmeza, su aliento que nos transportaba a la infancia) un remedio infalible.
Vi a mi padre hace pocos días: mis viajes constantes obligan a postergar nuestros encuentros, cuyos primeros y últimos abrazos tienen últimamente el decorado de los aeropuertos o una estación de autobuses. Su andar tenue también es mi conciencia del presente que huye, de la necesidad de ir reteniendo todo aquello que todavía nos queda por vivir juntos, durante las semanas de rencuentro mutuo. Diez años atrás, mientras le veía alejarse desde la ventana de aquél departamento en el que vivíamos, sus zancadas eran amplias y ágiles. Ahora desaparece de mi visión con la lentitud del caminar moroso, más esforzado. Pero todo se compensa, al igual que lo descrito por Javier Marías, con su capacidad de discurrir y mantener su indignación ante lo que le indigna, su buen humor, sus ganas de incidir todavía en la vida de sus hijos y su preocupación constante por ellos (para él siempre somos futuro. "¿Qué será de ellos?", cuando ellos ya caminan hace tiempo). Eso es lo que nos separa del abismo: su determinación de seguir influyendo en las personas a quienes ama y no perder jamás su responsabilidad de padre.
Vi a mi padre hace pocos días: mis viajes constantes obligan a postergar nuestros encuentros, cuyos primeros y últimos abrazos tienen últimamente el decorado de los aeropuertos o una estación de autobuses. Su andar tenue también es mi conciencia del presente que huye, de la necesidad de ir reteniendo todo aquello que todavía nos queda por vivir juntos, durante las semanas de rencuentro mutuo. Diez años atrás, mientras le veía alejarse desde la ventana de aquél departamento en el que vivíamos, sus zancadas eran amplias y ágiles. Ahora desaparece de mi visión con la lentitud del caminar moroso, más esforzado. Pero todo se compensa, al igual que lo descrito por Javier Marías, con su capacidad de discurrir y mantener su indignación ante lo que le indigna, su buen humor, sus ganas de incidir todavía en la vida de sus hijos y su preocupación constante por ellos (para él siempre somos futuro. "¿Qué será de ellos?", cuando ellos ya caminan hace tiempo). Eso es lo que nos separa del abismo: su determinación de seguir influyendo en las personas a quienes ama y no perder jamás su responsabilidad de padre.
Dijo Charles Wadsworth; cuando un
hombre se da cuenta de que su padre tal vez tenía razón, normalmente tiene un
hijo que cree que está equivocado, yo aún no tengo hijos pero he llegado a
pensar que me estoy convirtiendo en todo eso que detesto y me atemoriza de mi
padre. Cuando nací, mi padre era un ser que a veces aparecía para aplaudir mis
últimos logros. Cuando me iba haciendo mayor, era una figura que me enseñaba la
diferencia entre el mal y el bien. Durante mi adolescencia era la autoridad que
me ponía límites a mis deseos. Ahora que soy “adulto”, es el mejor consejero y
amigo que tengo. He vivido una vida repleta de problemas, pero no son
nada comparado con los problemas que tuvo que afrontarse mi padre para lograr
que mi vida empezase.
Y realmente no sé que sentido tiene
este escrito, solo sé que me siento mal, mal conmigo, por idiota, orgulloso y
cobarde, quiero hablar de mi padre, no quiero disculparme ni tampoco que me
entiendan, solo tengo muchas ideas en mi cabeza…
No importa quién fue mi padre. Lo importante es quién recuerdo yo que fuese conmigo…
No importa quién fue mi padre. Lo importante es quién recuerdo yo que fuese conmigo…