Últimamente he andado muy meditabundo respecto a
cuestiones de la vida, el amor, el universo y todo lo demás, es un hecho
interesante, sorprendente y profundo, pero debido a muchas circunstancias, no
siempre y no para todos esto se hace evidente o relevante.
Ya en varios estados recientes en mi perfil de FB y
en post anteriores en éste blog, he hablado mucho sobre diversas maneras de ver
y sentir; la soledad, el amor, la depresión e incluso los saltos de fe, para
salir de la “zona de confort”. Vivir una vida activa, real y consciente resulta
ser sumamente difícil, sobre todo ahora, en ésta época tan compleja y
contradictoria. Siempre se nos vienen encima un montón de problemas y
situaciones de estrés que tienen su repercusión en nuestros estados moral,
mental, intelectual, espiritual, etc.
Nuestra vida pasa por una agitación constante y
nosotros somos incapaces de romper ese círculo vicioso al que al parecer vamos
acostumbrándonos con el tiempo. A veces muchas personas se ven forzadas a
concluir un trato con su conciencia renunciando a sus principios. La lucha por
el bienestar material ha llegado a ser para muchos el credo de toda su vida, el
principio supremo de la existencia en nombre del cual todo está permitido. Esta
lucha ha convertido a muchos hombres en fanáticos servidores del culto más
popular en el mundo, aquel que desplazó de nuestra vida no sólo la noción de una
creencia en una entidad “superior” sino también muchos valores espirituales y
humanos: su majestad el Dinero.
Su gobierno, al igual que el de cualquier tirano,
al principio ofrece promesas tentadoras, pero luego trae consigo sólo
decepciones, frustración y fracaso de las ilusiones. Tras la fachada de un
paraíso idílico donde el hombre materialmente asegurado puede adquirir y hacer
todo lo que quiera, se esconde una multitud de conflictos humanos no resueltos
que quizá no afecten al cuerpo, pero sí al alma. Hay tantos problemas que no se
resuelven con dinero y enfermedades cuya curación no se compra con millones...
Cuanto más valor van adquiriendo los problemas materiales, convirtiéndose en
una prioridad vital, tantos más problemas del alma van pasando al anonimato de
la clandestinidad. Pero el hecho de que esos problemas no salten a la vista de
todos no quiere decir que no los haya, que los hombres no sufran por ellos o
que no se agraven día a día. El problema es que muchas personas tienen tantos
problemas de identidad, debido a la máscara de la sociedad con que deben andar
siempre, aparentando y pretendiendo mantener su “statu quo”.
Por ejemplo. La soledad es uno de estos problemas
palpitantes y delicados del alma humana que nos afectan a todos,
independientemente de nuestra situación material, nivel intelectual o títulos adquiridos.
No existe ni una sola persona que pueda presumir de no haber sentido nunca en
su propia piel ese estado interno tan particular que puede ser a veces doloroso
y a veces, por el contrario, muy profundo y especial.
¿Por qué y en qué situaciones el hombre puede
sentirse solo?
A pesar de que yo lo he sentido muchas veces, no es
fácil responder a esta pregunta. Me gusta utilizar una analogía al problema de
la soledad, como un enorme iceberg. Esto es, existe una pequeña parte bien
vista y perceptible para todos (la punta del iceberg). Pero hay también otra
parte, mucho más grande, sumergida en el agua, que queda fuera del alcance de
la vista humana y de las leyes de la lógica habitual.
La soledad aparece cuando faltan contactos con el
mundo circundante o con otras personas con las cuales se siente cierta
afinidad, o cuando por alguna razón estos contactos resultan problemáticos. El
problema clave de la soledad siempre toca el delicado tema de las relaciones
humanas. Al echar una ojeada en el alma de un solitario podríamos encontrar
historias conmovedoras de relaciones que no tuvieron lugar, decepciones y miedo
a ser herido en sus sentimientos y desilusionado en sus esperanzas. Algunas
personas se sienten solas por no tener en la vida a un compañero o compañera
realmente querida con quien poder compartir las penas y alegrías. Otros quieren
simplemente ser amados, ocupar un lugar principal en la vida de alguien. Y
otros no son capaces de encontrar a alguien capaz de compartir sus
pensamientos, sentimientos, sueños recónditos y aspiraciones. Este es un
problema frecuente, y es propio de mucha gente que, teniendo un montón de
conocidos, no pueden contar con un sólo “amigo fiel”. Otros se sienten solos
por haber sido tantas veces abandonados y engañados que ya no creen a nadie ni
nada, aun cuando la gente trate de acercárseles con intenciones plenamente
sinceras.
El miedo a la soledad es natural y muy
comprensible, pero a menudo se convierte en una fuente de decisiones erróneas,
estados psicológicos verdaderamente tortuosos y desaciertos motivados por
razones muy diversas y discutibles.
Si observamos cómo se manifiesta el miedo a la
soledad constataremos que está siempre ligado a una necesidad básica del ser
humano: sus relaciones con otras personas.
-Si tengo relaciones no me siento solo, y si no
llego a tenerlas me siento frustrado.-
Si seguimos la lógica de esta idea, correcta en su
base pero superficial en su esencia, y no tratamos de ir al fondo del problema
-lo que sucede en la mayoría de los casos- resulta que nuestro bienestar y
tranquilidad así como nuestra percepción de la felicidad, no dependen
propiamente de nosotros mismos, sino de otras personas. Dependemos en mayor o
menor grado de la reacción del otro, de su disposición hacia nosotros, de sus
signos de atención, de su apoyo, comprensión y ayuda. La presencia de todo esto
nos hace felices, nos ayuda a vivir y a sentirnos personas válidas y realizadas
en la vida.
Por el contrario, cuando faltan las manifestaciones
externas de este tipo, perdemos el equilibrio y la seguridad en nosotros
mismos, caemos en depresión, nos sentimos débiles, heridos, incapacitados, y a
veces nuestra propia vida parece perder todo su sentido. Como en este caso
nuestra felicidad depende menos de nosotros mismos y mucho más de las
circunstancias externas y de cómo nos van a tratar los otros, el miedo a la
soledad adquiere una forma muy particular.
Obviamente todos esos motivos son verdaderamente
conmovedores porque tocan algunos rincones íntimos, muy frágiles y a veces
dolorosos del alma, y por ello merecen atención y respeto.
Cada vez que tenemos miedo de perder lo que ya
tenemos, al igual que un jugador, apostamos todas nuestras esperanzas en una
sola "combinación de cartas" que creemos que está obligada a salir.
De lo contrario se derrumba todo, dado que no tenemos otras alternativas.
Pero la vida no es un cine ni un melodrama. ¿Qué
pasa si realmente alguna vez nos quedamos sin la persona querida, sin hijos,
sin amigos, sin apoyo y sin comprensión? ¿Significaría esto que la vida para
nosotros ha terminado?
Para responder a esta pregunta hay que ir más allá
de lo superficial, concentrarse en la parte oculta del iceberg que de inmediato
no se puede ver ni entender. Y entonces queda claro que el problema de la
soledad no se puede identificar únicamente con el hecho de tener o no tener
relaciones. Los problemas en las relaciones son la consecuencia, pero no la
causa de la soledad.
Si queremos conocer el verdadero amor, la amistad y
la felicidad tenemos que resolver problemas fundamentales relacionados con las
necesidades de nuestra propia Alma. Y estas necesidades no están determinadas
por la opinión de los demás, ni por su manera de tratarnos, sino que dependen
exclusivamente de nosotros mismos, de nuestra capacidad de entender el sentido
profundo de la vida y las Leyes de la Naturaleza, del Hombre y del Universo.
El “alma” necesita no sólo relaciones verdaderas,
sino todo lo que pueda darle oportunidad de despertar sus potenciales ocultos,
sus grandes sueños, su nobleza y su profunda sabiduría.
¿Oye Tecuan, Y entonces qué necesita el alma?
Necesita encontrar el sentido de la vida. Saber por quién y por qué vive y muere. Soñar profundamente, con toda su fuerza, y tener una obra o meta para encarnar sus sueños. Un hombre sin sentido de la vida, sin grandes sueños, sin una “obra maestra” o meta, está realmente solo.
El Alma también tiene miedo de la soledad, pero sus
temores son de otro tipo. No le preocupan tanto las cosas que podría conseguir
o perder. Sus preocupaciones son mucho más profundas. No la preocupan tanto los
errores de otros como sus propios errores. Y su felicidad no depende de lo que
pueda obtener de otros sino de su propia capacidad de amor, sacrificio y
dación.
Lo sé, lo sé lectores, parece paradójico, pero
precisamente cuando un hombre ya no necesita nada para sí mismo, el destino le
hace encontrar en su camino a seres queridos, verdaderos compañeros de ruta que
aspiran a estar a su lado atraídos por la fuerza de su alma. Para convivir
verdaderamente con otra persona, es necesario primero dejar de depender de
ella.
¡”La única persona satisfecha por completo, es la
que no necesita de nada”!
Y algo que definitivamente he aprendido en éste largo
caminar es, que el verdadero amor y la verdadera amistad no se exigen, no se planifican,
no se piden, no se compran ni se venden. En realidad vienen por sí solos. Lejos
de ser un simple enamoramiento o una adquisición más para nuestra colección de
objetos de valor, despiertan y se reconocen como estados superiores del Alma.
El verdadero amor, NUESTRO VERDADERO AMOR; nace de nosotros mismos.
Igual que todos los grandes sueños, el amor no
llega a ser realidad de golpe, sino que es el resultado de largas luchas,
pruebas, sufrimientos, intentos repetidos de superación de los impulsos egoístas
y posesivos (y vaya que YO he luchado mucho contra esto). Sólo lo puede
encontrar aquel que no deja de soñar con ello como un principio superior de la
vida y como una necesidad vital del alma. Entonces se siente como una bendición
del destino, del universo, de la vida misma.
Cualquier intento de invocar el verdadero amor artificialmente,
imponerlo, exigirlo, planificar los acontecimientos, poseerlo, acaban con un
fracaso tarde o temprano. Esa rara ave de felicidad, tan fina y frágil,
presiente la amenaza y evitando hacerse cautiva de cualquier tipo de
intenciones egoístas, escapa de la jaula dorada especialmente preparada por
nosotros, tal vez para no volver nunca más.
EL VERDADERO AMOR ES PROPIO DE LOS HOMBRES Y
MUJERES FIELES QUE PREFIEREN PERMANECER EN SOLEDAD QUE TRAICIONAR SUS NOBLES
SUEÑOS Y SUS ELEVADOS CRITERIOS.
Es para aquellos que no se venden. No entran
en relaciones simplemente para propiciar el bienestar material y por el simple
placer sexual. No se unen con cualquiera sólo por no perder la oportunidad de
formar una familia o para no quedarse solos hasta el fin de su vida. No se
conforman con compañías de juerga, totalmente ajenas a los ideales de amistad y
nobleza humana.
Los intentos de valorar las relaciones desde el
punto de vista del análisis minucioso y detallado de lo que nos separa son un
pasatiempo vano, una pérdida de nervios y energías. Si pretendemos mejorar o
salvaguardar nuestras relaciones, tenemos que proponer una pregunta
fundamental: "¿Qué es lo que nos une?"
Nuestras relaciones con otras personas van a durar
tanto tiempo cuanto dure lo que nos une. Si lo que nos mantiene unidos es una
casa, un chalet, el dinero, el atractivo exterior, la libido sexual o cualquier
otra cosa "a corto plazo", es seguro que los primeros problemas que
surjan en esta esfera van a constituir una amenaza a nuestras relaciones. Los
vínculos que unen a los hombres que ya no tienen nada en común recuerdan a
algunos pueblos situados dentro de las vías turísticas, donde tras las fachadas
bien pintadas la vida aparenta ser normal, pero en realidad detrás puede haber
un montón de problemas acumulados.
Lo que une de verdad a las personas son las
dificultades, los momentos de crisis superados juntos. Es necesario aprender a
dar el primer paso, sin perder nuestra individualidad ni el sentido de la
propia dignidad. Para establecer y mantener las relaciones en pareja se
necesitan los esfuerzos de ambos, y cualquier paso que emprendamos debe
provocar una resonancia en la otra persona, seguida de su reacción y sus pasos
de respuesta a nuestro encuentro. Si esto no sucede, por muchos esfuerzos
reiterados que apliquemos, la conclusión debe ser: o los pasos que emprendemos
no son los apropiados, o nuestras relaciones yacen sobre un terreno muy
inestable, pues las mantiene tan sólo uno de los dos, que intenta
salvaguardarlas asumiéndolo todo, cosa que, por cierto, es absurda y
artificial. Para que cualquier relación tenga éxito es indispensable que ambas
partes intenten superar el sentido del egoísmo y la posesividad.
A menudo no nos damos cuenta del hecho de que
nuestros seres queridos representan una individualidad diferente e
independiente de nosotros mismos. En consecuencia seguimos percibiéndoles como
un reflejo de nuestras propias visiones, requerimientos y fantasías según
nuestra opinión y nuestros deseos. Es muy peligroso tratar de educar y
construir a otras personas de acuerdo con nuestro modo de ser. El amor requiere
de aire fresco y de libertad del alma. Los que lo sienten y comparten no se
disuelven uno en otro ni pierden su individualidad, más bien se asemejan a dos
firmes pilares sosteniendo el techo de un mismo templo.
El amor requiere una entrega total y una falta de
interés egoísta. En el amor verdadero no nos hace falta nada. Teniendo la
posibilidad de amar, lo tenemos todo. Cuando alguien tiende a imponerse
demostrando su egocentrismo, haciendo a todo el mundo dar vueltas en torno a
sus problemas e intereses y exigiendo constantemente pruebas de amor y algún
"premio" a cambio de sus sentimientos, no se trata simplemente de que
todo esto pueda matar al amor, sino de que no es amor y nunca lo fue.
Y ya para terminar, después de todo este verbo
marihuanesco. En este contexto la pregunta clave no debe ser "¿qué será
mejor para mí?", sino "¿qué será mejor para el otro?"
Un amor o una amistad íntima es como un espejo: lo ve
y lo refleja todo. Debemos ir descubriendo en el ser querido cada vez algo
nuevo, una pequeña perla del precioso tesoro escondido en su alma, de lo que él
o ella tal vez ni se hayan dado cuenta. Es inútil convencer tan sólo con
palabras. Se consigue convencer e inspirar mejor con la fuerza del ejemplo
propio. Un hombre capaz de vivir inspirado por un gran amor tiene una poderosa
fuerza. Se parece a un rayo de luz entre las tinieblas: basta con saber que
existe, que podamos guardar su imagen en el corazón, pase lo que pase.
En realidad hay que poner en marcha muchas
fantasías negativas y muchas ideas circulares para llegar a sentirnos
verdaderamente solos. Incluso si no logramos encontrar a un ser querido digno
de guardar para siempre su imagen en el cofre de oro de nuestro corazón,
todavía nos quedan el cielo, las estrellas, los grandes sueños inmortales que
abrigan a todos los lobos solitarios capaces de soñarlos, amarlos y vivir por
ellos con toda su alma. Aún quedan muchos amaneceres por observar y
maravillarnos de lo hermosa que es la vida misma…
TECUAN