26.4.12

DE LAS DESPEDIDAS Y LOS AEROPUERTOS...


Buenos días lectores, déjenme contarles que son las 7 de la mañana con 25 minutos y me encuentro en el Aeropuerto de la ciudad de Villahermosa, Tabasco esperando abordar el avión que me llevará a la ciudad de México por cuestiones laborales… bueno, ese no es el punto importante en este momento. Últimamente se ha vuelto mi afición cuando estoy de visita en el aeropuerto, observar cómo la gente se despide, he pensado que quizá sea una manera enferma de analizar gente pero realmente mi actitud tiene sus ¿por qué´s? Fijo la mirada en el viajero que, ya entrando a la sala de espera de tripulantes, voltea la vista y desde las ventanas que lo permiten, aletea los dedos como impregnando con el maleficio de la nostalgia a quienes deja atrás, hijos, esposa, amante, amigos. Hay separaciones decididamente cursis, teatrales o anheladas (éstas últimas proceden cuando el “despedidor” no desea que quien se va, vuelva); y me vence cierta angustia observar cómo un pasajero se hunde en el túnel de abordaje sin que a sus espaldas nadie lo despida. Esa persona, ciertamente, también carecerá de alguien que lo reciba a su regreso, de alguien que lo extrañe durante su ausencia.
Pero los aeropuertos, escenarios boyantes en adioses, no son la única plaza recurrente del ¡vaya usted con Dios! Las escalinatas del Metro, los terminales terrestres, el borde de la cama desde donde la amante resbala su mano por sobre nuestro pelo mientras con su otra mano se reacomoda el aro que la devuelve al juramento de fidelidad, son teatros de los muchos exilios cotidianos. Y las funerarias, ni se diga, esos feudos de lo irrevocable (no quisiera detenerme en la humedad que rueda por la cara cuando el adiós es una gota salobre desplomándose entre claveles). En fin, existe toda una "tipología" del adiós. Está el sucinto “hasta luego”, el poco formal “chao”, el ejecutivo apretón de manos, hasta las insolencias que vocifera la esposa desencantada para acto seguido batir la puerta y marcharse con sus peroles a otra historia.

Admito que el saludo, la bienvenida, entraña una importancia equivalente al adiós, al extremo que eventualmente ambas cortesías traspapelan sus atribuciones. No saludar, por ejemplo, es una manera muy eficaz de despedirse. Pero el señorío de la despedida radica en su aura enigmático. Cuando a esa persona de la que acabamos de despedirnos se la lleva el ascensor o desaparece tras cruzar la esquina, esa persona pasa a constituir otra modalidad del silencio, una incógnita del destino. Sabrá dios si el tiempo en que no la miramos lo invertirá comprándonos chocolates o urdiendo nuestra aniquilación…

Señores, sépanlo ya: el vacío dejado por la mano que se retira de la nuestra, lo llena a sus anchas el azar.

Claro, hay personas y asuntos de los que nunca podremos despedirnos. Ciertas deudas, una canción, aquellas noches cuya importancia se recuerdan en la piel… cosas para las que no se ha inventado ningún medio de transporte que nos lleve lejos.
En mis crónicas, así como en la vida, aspiro a que quienes parten se despidan llevándose en la boca el tentempié de una sonrisa, más el llamamiento para que pronto volvamos a encontrarnos. No siempre lo logro.

Es hora de abordar mi avión, buenos días!!

Hasta pronto Villahermosa, hola de nuevo Ciudad de México…


TECUAN