24.3.10

ALLÁ EN TEPOZTLÁN (de las Crónicas de un Viajero)

Y fue en estos senderos y gracias a esta experiencia que encontré lo que realmente quiero…

Sábado de aquel 13 de Marzo, la luz de la tarde comenzaba a ceder dando paso a la noche, apenas salíamos de la ciudad de México rumbo a aquella aventura, el autobús se retrasó, salimos una hora tarde después de la hora señalada, el viaje tranquilo como todos los viajes que se toman menos de dos horas cumplir destino, mágico lugar asediado por tanta gente, Tepoztlán nos dice: ¡Bienvenidos!

Ardua y divertida labor la búsqueda de hospedaje, son los beneficios de improvisar, de llegar sin saber a dónde o que esperar, la caminata por aquellas calles en la noche tiene su gracia, los mini bares muestran su folklore y la gente sus deseos de pasarla bien, café amor, los colorines, bar-celona, arrullo de luna por mencionar algunos, después de una jornada de ir y venir por la misma calle, preguntar precios y recibir la misma respuesta: -ya no hay lugar- una señora se apiada de nuestra agonía y nos ofrece un buen lugar a buen precio, ¡que mas da! la aventura apenas comienza, liberemos peso y salgamos a conocer un poco de la vida nocturna de Tepoztlán…
El café amor, testigo indiscutible de nuestra última noche “haciendo las paces”, pasémosla bien hoy que estamos alejados de tanta porquería y tantas mentiras, mañana otra cosa será…

Cuando me despierto ya casi es medio día, es hora de levantarse –pienso-, y seguir nuestro camino, pero tu cuerpo hermoso y desnudo me invita a quedarme más tiempo abrazado a ti, aleja mis ganas de ir y continuar con la batalla desatada horas atrás, batalla entre cuerpos desnudos, manos, caricias, besos y palabras sucias, sentirte un poco mas mía… sentirme un poco mas tuyo.

El empedrado comienza calles abajo, majestuoso panorama rodeado de cerros boscosos, comienza la travesía, aquel árbol de tronco viejísimo, enorme ahuehuete partido por un “riachuelo” funge de portón para recibir al viajero que busca comulgar con el espíritu de nuestros antepasados indígenas, el pecado de su falta de cultura. La ascensión al cerro del Tepozteco es labor titánica que demanda salud. A los primeros pasos el cuerpo comienza a responder, la respiración se agita de sobremanera, el sudor emana como torrentes de agua en un caudal furioso sobre el cuerpo, macizo cerro vertical que se conquista recorriendo ínfimas escalerillas de labrado burdo, extenuantes, y ante la primera impresión; interminables.

Arboles de gran altura, airosos y siempre de pie, testigos de la debilidad física y temple de los visitantes que no se rinden en conquistar piedra tras piedra. El premio es la así llamada pirámide, basamento prehispánico de orientación perfecta, hoy infestado de coatíes, popularmente llamados “tejones”, plaga omnívora que con sus enervantes chillidos hace eco de una naturaleza que está siempre dispuesta a devorarnos.

Ellos son parte de las fuerzas oscuras de la Tierra que siempre acechan y velan por nosotros. Irónica la postura de la gente, ante los letreros de advertencia y a la vez demanda, de no alimentar a estas “tiernas plagas”, los cacahuates se han convertido en el tesoro anhelado por aquellos animales, pareciera que la gente se empecina en escalar tales alturas solo por el placer de arrojar estas leguminosas al piso y observar encantada el barullo que ocasionan estos pequeños mamíferos. Sin embargo, esta actividad, la de arrojar cacahuates a los coatíes es peligrosa. Ingratos como son, suelen soltar una dentellada a su cándido benefactor. Si los ignoramos, podremos llegar sin cargo al santuario que los arquitectos Xochimilcas levantaron a más de dos mil metros sobre el nivel del mar, entre los siglos XII y XIV. Más tarde, los mexicas conquistarían el lugar, consagrándolo al dios del pulque, Dos Conejo: Ometochtli-Tepoxtécatl. Que orgullo mirar desde aquí, sentirse parte de esta cultura no heredada, ni siquiera transmitida, solo sobreviviente, ya que a la llegada de los frailes en su febril lucha por la evangelización, destruyeron el ídolo del Conejo, hijo de Quetzalcóatl, mas nunca pudieron levantar nada en el lugar donde todavía hoy puede observarse airoso el templo prehispánico.
Yo, el peor de los naturalistas pero amante del saber lo digo, y agradezco al universo la oportunidad de estar ahí y compartir la experiencia con “mujer incomparable”, última aventura de la coerción de nuestras vidas, por cierto, destinada al fracaso.

Llego la hora de regresar, allá donde dejamos las mochilas y buscar refugio una vez más. La labor al bajar la montaña también es vesánica, que demanda ahora no sólo salud, también paciencia y que uno mismo se mimetice con el medio, la fortaleza de las piernas encuentra su suerte, el sudor; parece imposible pero no se agota, ¿de dónde sale tanta agua? Sigo descendiendo, aprovechando la oportunidad de obtener la mejor foto, la que quede grabada para siempre, en el mecanismo digital, pero sobre todo en mi mente y mi corazón, es ahí donde me encuentro conmigo mismo y los arboles y los pájaros me hablan al oído, esto es lo que amas, TECUAN esto es lo que buscabas. Mis movimientos son torpes, pero no riesgosos. A mi alrededor, verde interminable que contrasta con algunas cimas de roca desnuda.
La vista es hermosa, los dioses prehispánicos me protegen. Desde las alturas, algunas aves de rapiña vuelan en círculo y chillan hambrientas. Según aquel letrero, 1240 metros de descenso desde aquella cueva que nos llamo visitarla, en donde tomamos fotos y sin preverlo, capture a un murciélago que dormitaba, el descenso parecía más largo que su antagónico, un leve tropezón me hace exclamar en mis adentros: “¡Virgen Santísima!” Mi agnosticismo no es derrotado por la religión, sino por las fuerzas de la naturaleza; fuerzas que también operan en la mente humana, y que fueron en realidad quienes moldearon el cerebro y sus chapuceros descalabros. No obstante, el envidioso Dios cristiano o Jehová nada podrá hacerme esa tarde. ¡Tonatzin ilumina mi agitado corazón! La vertical del cerro es sublime en su majestad, infinitamente grande en su declive. El aire puro de la montaña danza en mis oídos, casi silenciosamente excepto por mi agitada respiración, descendemos la escarpada pendiente.

Alcanzar aquel ahuehuete a la entrada es el éxtasis. ¡Hemos logrado salir bien librados de esta! y con una entrañable experiencia.

Una visita al mercado local, al museo Carlos Pellicer y al Exconvento culminaron un día magnífico. Atrio espacioso, ángeles que enmarcan a la Virgen, los brazos sostienen al bebé Jesús sonriente, en tanto que su madre pisa la Luna. El templo otrora dominico, con los campanarios al suelo, debido al mantenimiento.

El hombre es el sueño de un Dios desconocido...

En una de las ventanas del mirador han montado un telescopio desde el cual puede contemplarse la pirámide del Tepozteco. En aquella espaciosa plaza de vetusta roca no pude evitar recordar la compañía de mi recientemente fallida concubina, que en esos momentos sufria un severo dolor de cabeza, me reincorporo a su encuentro y continuamos el camino, ya es tarde. Recorremos aquellos lugares, buscando asilo una noche mas y nos encontramos con el benefactor apropiado, dueño de la llamada “casa ecológica”, nos abastecemos de una buena dosis de pulque y emprendemos el camino a lo hasta ese momento; desconocido. La noche transcurrió maravillosa entre tus brazos, tu cuerpo infinita y deliciosamente desnudo y los abrazos a causa de los miedos que te invadieron por estar en aquel lugar en medio de la aparentemente nada.

Al amanecer, encantado como estoy, el llamado de nuestro casero a degustar el desayuno antes de partir, que hospitalidad, que paz, y que gusto por el uso de conciencia, ahora entiendo el por qué se llama aquel lugar; casa ecológica.
La partida de aquel lugar es lenta, no quiero que termine, aprovecho cualquier oportunidad, parar y observar tus ojos una vez más… esos ojos que ya no se iluminan con mi mirada, esos ojos que anhelan estas aventuras fueran con alguien más…

El día se acaba, el regreso es fatigoso, aterrizamos en mi casa y agradezco tu presencia, agradezco tu paciencia y te ofrezco el final…

Continuará…

1 comentario:

  1. Hospedaje Los Pinos en un muy limpio, sencillo y pequeño lugar ubicado en la avenida que baja a Tepoztlán que es la avenida 5 de Mayo esquina con la calle Reina Xotchitl.Los servicios que ofrecemos son los siguientes:Habitaciones con baño completo (agua caliente) y TV a color con cable, hay posibilidad de guardar su automóvil por las noches en un garage privado, no contamos con alberca ni con restaurante.Favor de comunicarse directamente al teléfono 01 (739) 395-4568, ahí con gusto le podrán dar mas información para que pueda disfrutar al máximo de su próxima estancia en el bello pueblo mágico de Tepoztlán.

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