28.2.10

CRÓNICAS DE UN VIAJERO (PARTE 1)

Una vez que entendí el sentido de viajar, salí inmediatamente…

He vagado buscando pretextos para seguir andando, cada tramo de un camino recorrido, me presenta motivos nuevos, caminando, manejando mi auto, en autobús o volando, cualquier medio tiene sus bondades;

Caminando: uno se enfrenta cara a cara con el medio, un día soleado es fatigante, un día frío y nublado es determinante, un día lluvioso, sin duda es emocionante, cámara en mano y el ojo “pelao”, para capturar ese instante imperceptible al ojo que anda por andar, imperceptible para el ojo que anda para llegar a tiempo, imperceptible también para el ojo que sólo admira su propio ser, pero, el ojo “pelao”, el ojo de su servidor; es el que anda al acecho, atento a cada movimiento de un árbol, el aleteo del pájaro, la caída del sol al atardecer.

Manejando: la comodidad es mayor, las distancias que se pueden recorrer también son mayores, y aunque el ojo “pelao” pierde campo de visión, uno se puede dar el lujo de detenerse sobre el camino y capturar aquel momento que pretendía escabullirse como centella…

Permíteme contarte mi viaje más reciente, fue mágico y revelador, recuerdo que “ese día” me encontraba en casa de mis padres tirado en el sofá frente al televisor, mi estado era deprimente, no me había bañado en más de dos días y no me había afeitado en más de dos… semanas, el catálogo de canales que presentaba el servicio de tv de paga no satisfizo mi necesidad de aprovechar lo que restaba de esos tres días de descanso que me había “obsequiado” la ley federal del trabajo. Era viernes, la noche comenzaba a madurar (21:15pm) y mis ganas de no pensar en aquella “Mujer Incomparable” comenzaban a flaquear.

Necesitaba una respuesta, una señal, algo que me impidiera claudicar ante mis sueños reprimidos de estar con ella, tomé las llaves del carro, me despedí de mis padres y así, sin rumbo fijo me entregu{é a la tarea de manejar, no pienses nada, no pienses “a dónde vas” sólo conduce, conduce hasta que una capa densa de niebla te envuelva…

Mis deseos fueron órdenes (02:30am)...

Conducir rodeado de una espesa manta de niebla es una experiencia próxima al desasosiego, a la pérdida de identidad y la cordura. Al decir manta, me refiero a una especie de capa de tela gorda que a través de ella no deja ver ni la propia textura del tejido. Recuerdo muy bien aquella vez que me di a la aventura de manejar y llegar a ese lugar que no conocía, pero prometía ser hermoso, los faros iluminaban el blanco perpetuo y avanzaba hacia la nada, pegado al supuesto límite del asfalto para seguir las malas hierbas que eran lo único que podía distinguirse por la ventanilla lateral. A menos de 15kms/hora y las “intermitentes” encendidas. Noventa interminables minutos de ausencia, de perfecta soledad dentro del vehículo y sin alrededores visibles. Los árboles, la niebla, la hierba y yo, únicos seres vivos visibles del descenso hacia la sierra de Oaxaca. Jamás había estado en este trance, desprotegido y débil frente a la durísima Naturaleza, impasible y con una contundencia que uno recibe como puñetazo en el estómago, inerme ante lo real. Después, la lluvia intensa y la desorientación definitiva hasta que todo escampó: la tela de niebla se deshilachaba como jirones al viento y la realidad se iba pintando ante mí. Las casas, las bombillas de los porches, el aliento de la vida. Cuesta abajo, mis noventa minutos de inexistencia los interpreté como los del viajero que se desplaza al lugar más remoto no para conocer ruinas y palmeras, sino justamente para deshacerse de su identidad y no ser reconocido por nadie, para pasear sin ser visto (los ojos que te miran y no interpretan, que no te distinguen).

Después de 6 horas de conducir, necesitaba descansar, el sueño me vencía y comencé a buscar posada, el hotel era como deberían ser siempre los hoteles: viejas construcciones que antaño tuvieron sus horas de esplendor y que han venido a menos, habitaciones ya destartaladas no tanto por el uso como por la falta de mantenimiento. Las paredes se van manchando de ese moho provocado por la humedad de tantos años en pie, el agua de los grifos brota salpicándolo todo, hay bombillas que ya no encienden. Y los sofás: esos espacios de tela rajada pero que (¡milagro!) conservan plenamente su comodidad. Me desparramo en ellos y miro por la rejilla de la mosquitera rota del ventanal: enfrente, una piscina de agua turbia colecciona hojas y ramas de todas las especies vegetales depositadas ahí por él travieso viento del norte. Por el momento estoy en el lugar indicado, solo, reflexivo y dispuesto a aprender lo que ese viaje o escape me tienen preparado.

Entonces, abro un libro sobre mis piernas y leo, al momento en que de la recepción del hotel empieza a sonar una pieza musical inconfundible (fragmentos del “Réquiem” de Mozart, lacrimosa, que ya escuché estremecido entre la niebla), y el silencio es el de la noche, las cigarras y los grillos. Estos son los hoteles que me gustan: se aparecen a la orilla de cualquier carretera secundaria (me gusta irme por “la libre”) y me cuentan historias muy antiguas, de las que ya nadie guarda memoria. Después, en la cama, siguen las notas y entra el sueño narcotizado, sintiendo el lento desgaste de cada célula del cuerpo y su evaporación: me duermo pidiendo que llegue muy tarde el futuro por favor…

Los primeros rayos del amanecer, el alba en la que definitivamente habré vencido toda la mediocridad de mi cutre existencia...

Comienzo el día en ese nuevo lugar, el sol me da la bienvenida tras la espesa niebla que envuelve mágicamente la región, frijoles molidos, tortillas hechas a mano, huevos fritos con tomate, queso salado, café con leche: ¿¿y decían que el paraíso estaba en la otra esquina??. ¡En esta, caramba, está en esta misma!

Hay un perro flaco estirado debajo de mi silla y de vez en cuando me echa el ojo por si le lanzo algún pedazo de comida, pero su ojo está casi cerrado, mira desapasionadamente y su calma, me recuerda que el camino hacia “ninguna parte” es muy largo. Cuando salgo con la camioneta y observo hacia atrás por el espejo, veo el rótulo caído del hotel y el perro husmeando las migas del banquete. No quiero irme todavía pero hay mucho camino por delante, quiero persistir en estas horas detenidas, muy cansadas, que transcurren lentamente: hay un perpetuo deseo de huida y otro paralelo de no avanzar, de enterrarme aquí, huesos y carne bajo la tierra, y un perro flaco husmeando encima, como quien busca por instinto y no por amor a su amo perdido…

Continuará…

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